Vía Francígena, un camino ochentero
Tranquilos, no vamos a ponernos a hablar aquí de la Movida de los 80, Radio Futura, Mecano, Gabinete Caligari y demás, ni siquiera de Boney M, a algunos ya les habrá pasado el sofoco, sino de una larga ruta que ahora mismo estamos recorriendo, la Vía Francígena, de Canterbury a Roma, en su tramo suizo-italiano.
Cuando, habituados a los caminos de Santiago y sus claves, nos animamos a hacer un itinerario de la, digamos, «competencia», solemos ser muy exigentes al creernos, vana ilusión, en el poder de las claves del éxito, la llave que ha permitido que una ruta medieval en franca decadencia, la jacobea, se haya vuelto a convertir no solo en Calle Mayor de Europa, sino ya en pasarela internacional de encuentro y ambigua y difusa espiritualidad unida a la práctica del senderismo.
Es por ello que al introducirnos en otro escenario lo primero que surge, automáticamente, es una imperiosa necesidad de comparar, en este caso a la Francígena con los Caminos de Santiago más consolidados. Pues bien, en ese proceso surgen una serie de cuestiones que nos remiten a una experiencia vivida hace décadas: la de la ruta jacobea ochentera.
Para comenzar, en la Francígena la señalización es un tanto deficiente, porque al haber nacido en la era digital, y no en la analógica, que conectaba en mayor proximidad con las vías romanas, se ha pensado que tampoco es necesario malgastar toneladas de pintura, ni tener que reponer cada temporada las marcas, sino que basta con proporcionar una buena aplicación, que todo el mundo debe usar, y santas pascuas. El problema es que las apps también hay que actualizarlas, ¿non é vero amigos de la Francígena?
Es cierto que hay tramos muy bien balizados, por ejemplo los suizos y del Val de Aosta con sus códigos propios en amarillo, y otros en los que se percibe el minucioso trabajo de asociaciones de amigos del Camino (aquí tambien las hay, varias, y con los mismos problemas de España: poca gente joven, falta de renovacion), por ejemplo en el entorno de Ivrea, donde han pintado con plantilla docenas de «peregrinettos» blancos, símbolo de este camino referido a Sigerico y tomado de un relieve románico. Sin embargo, en otras la dejadez es manifiesta, y se limitan a utilizar los códigos del GR rojo y blanco, de largo recorrido, más por medio de pegatinas (el sol se come los colores) que con pintura, y en muchos casos limitándose al mínimo imprescindible (lo de la brocha cansa, que se lo cuenten a los Pepe Gotera y Otilio).
Por cierto, en todas partes se cuecen habas, y en Italia (aquí si cuocono fagioli), la diversidad regional también se percibe con intensidad, tanto como si se tratase de países diversos, cada uno con sus códigos y manías persecutorias.
Otra cuestión esencial, cuando se habla de un camino de peregrinos, es la acogida, y de nuevo, para bien y para mal, la situación nos traslada a los ochenta, aquella década prodigiosa en la que actuaban Valiña y cuatro locos. En el Camino Francés, entonces, se dormía en casas parroquiales, escuelas en periodo de vacaciones o que habían perdido su función, locales municipales de todo tipo (incluso en alguna cárcel), y hasta en casas abandonadas, pórticos de capillas e iglesias o, con la tienda, en el campo. Bien, aquí las cosas no son tan básicas, pero sorprende, tanto en Suiza como sobre todo en Italia, el papel protagonista que aún juega la Iglesia católica, e incluso al norte de los Alpes las reformadas, en el cometido de dispensar la hospitalidad. Es algo que, por supuesto, se agradece, aunque en muchos casos en situaciones realmente precarias, que en España no pasarían ni de broma la prueba uno del algodón.
Asimismo, porque lo bueno es menester copiarlo y replicarlo, hay algunos albergues con hospitaleros voluntarios de Hosvol (Vercelli, Pietrasanta, Valpromaro,…) o de la Confraternita di San Jacopo de Perugia (San Gimigniano, Radicofani, Roma), en los que no solo nos vamos a sentir como en casa por el trato, sino también por un estilo de acogida que también es muy popular en los caminos jacobeos de España, Francia o Portugal, y que aporta mucho a un Camino que de otro modo se torna frío y aséptico.
Sin embargo, pues es sabido que cada vez el tiempo parece avanzar a mayor velocidad, el mismo proceso de sustitución de la acogida cristiana por otra gestionada por municipios, asociaciones, voluntarios y, en última instancia, por el sector privado con un criterio más comercial, también está avanzando por aquí, porque lo que en el Camino de Santiago se demoró 25 años en consolidarse, en la Francígena tardará la mitad o menos.
Hablamos, no cabe duda, de itinerarios con un estilo similar, y problemas comunes en su evolución, entre ellos la irrupción de los turistas, sean senderistas que gustan recorrer caminos históricos con bellos paisajes y pueblos, sean los que buscan rutas de bajo coste para aprovecharse del tinglado peregrinatorio. Y, cómo no, donde mejor se percibe esta tendencia es en la bella Toscana, porque es mucha tentación la de hacerse una semanita entre Lucca y Radicofani, o unos días pasando por lugares como San Miniato, San Gimignano, Monteriggioni o Siena, que son pesos pesados del turismo monumental y gastronómico por el centro de Italia (¿quién no recuerda Un verano en la Toscana?).
De ahí que algunos albergues, sobre todo de donativo y con voluntarios (por cierto buena medida, por que no se le ocurre lo mismo a los que se quejan de los turigrinos amantes de los caminos jacobeos por la costa española?), han comenzado a exigir «distancias» para poder pernoctar, incluso hasta ¡300 km!
Muy de los años 80 es también la abundancia de asfalto o carreteras, y lo que es peor, de tramos realmente endiablados por nacionales sin apenas arcén, lo que supone un gran peligro y no encaja con la idea que tenemos de una ruta de peregrinación del siglo XXI. La entrada y salida en algunas ciudades es realmente terrorífica: por ejemplo en Piacenza, pero, lo que resulta frustrante en el tramo final, son los 3 km diabólicos que preceden al anillo interior de Roma; lo mismo ocurre al salir de Massa, entre Lucca y Altopascio, con la llegada a San Gimignano,… ¡Demasiado riesgo!
Se van haciendo algunos andaderos, o buscando alternativas con rodeos más o menos simpáticos, para evitar los puntos negros, pero en verdad queda mucho por resolver, años de trabajo siempre que exista sensibilidad.
Y quien dice puntos negros, dice infraestructuras tan necesarias como la provisión de agua, porque si en los Alpes todas las fuentes son potables, y hay muchas, en otra etapas apenas hacen acto de presencia, y en Toscana o el Lazio, en verano, las temperaturas son del estilo de la Meseta, en el Camino Francés, o incluso de la Vía de la Plata. Por citar un tramo, en la llanura padana, el que llega a Vercelli entre interminables campos de arroz inundados y repletos de ranas (evidentemente, ni se te ocurra beber esa pócima o acabarás convertido en batracio), con 20 km sin bares, fuentes, casas…
En cuanto a bares o terracitas para tomarse la caña o el pincho de tortilla, olvidaos del tema, porque aquí la explotación comercial aún no ha hecho acto de presencia, hay pocos peregrinos y las cuentas no salen, por lo que hay que limitarse a lo que ofrecen las poblaciones y punto, no hay negocios específicamente pensados para el peregrino más allá de los albergues.
Otro elemento a tener en cuenta, y por hoy no nos enrollamos más, es saber quién ha promocionado esta ruta y por qué. Y ahora una gran diferencia, nada ochentera, con el Camino de Santiago, porque la Francígena no vamos a decir que es un producto turístico puro y duro, ahí está la historia, el itinerario de Sigerico, la certidumbre de una ruta mayor, cierto que con variantes y no coincidente en su totalidad con la actual, del que no existen dudas. Pero…, aquí la cosa ha funcionado de arriba hacia abajo, asociación creada en las altas instancias, fondos europeos a go-go, administraciones públicas, implicación de la Iglesia para no perder la oportunidad de recuperar la peregrinación a pie a Roma, que copia tal cual el modelo de la Compostela en la entrega del Testimonium. Y por haber nacido de este modo, aunque con la colaboración de asociaciones y cofradías, la impronta es diferente de la que se vivió en la primera fase del renacimiento del Camino de Santiago, que resurgió a partir de la tradición y los propios peregrinos.
Un itinerario, por lo tanto, llamado a crecer por su riqueza patrimonial, tanto paisajística como construida e intangible, y, lo vemos claro, un futuro competidor de peso para el Camino de Santiago. Pero por ahora muy verde, con mucho que mejorar no solo en la confianza de recibir fondos europeos. Y si lo hacen bien, tendrán que evitar los errores cometidos en la Península Ibérica, donde la fiebre amarilla ya causa estragos.
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