La vieira (y II)
[continuación del artículo La Vieira (I)]
Todos sabemos que la vieira es el principal emblema de los peregrinos compostelanos, pero ¿cómo llegó a convertirse en nuestro más predilecto atributo?
Mucho antes de que el apóstol Santiago hubiese padecido el martirio, y por lo tanto muchísimo antes de que su supuesta tumba, el santuario compostelano y el Camino existieran, la vieira ya tenía un significado para los pueblos de la antigüedad. Sabemos que algunas ciudades de la Magna Grecia, como Taranto, usaban como enseña la vieira vinculada con la producción de púrpura a partir de moluscos, y así aparece en sus monedas.
Sin embargo, en la antigüedad la vieira era sobre todo el símbolo de Afrodita (Venus), según unos hija de Urano, para otros de Zeus y Talasa, cuyo nombre procede de venere. La leyenda dice que la diosa de la sensualidad, el amor, la belleza y, atención al dato, la fertilidad, nació de la espuma del mar y fue trasladada a tierra sobre una gran concha de vieira, escena plasmada en un célebre cuadro de Sandro Botticelli (La Nascita di Venere, Galleria Uffici, Firenze). Su periplo concluiría en la isla de Citera, del archipiélago jónico; otro cuadro, ahora de Jean-Antoine Watteau, recrea el embarque de “peregrinos”, bajo el aspecto de una galante fiesta cortesana, hacia Citera (Louvre, París). De las tradiciones antiguas perdura, en el castellano de América, el uso de “concha” para describir el órgano sexual femenino.
Ya en el mundo romano, la venera comienza a ser empleada en las tumbas como símbolo de muerte y renacimiento, siendo muchos los sepulcros en los que los retratos de los difuntos aparecen sobre ella. Con un sentido similar, los cristianos la utilizarían para impartir el agua del bautismo.
No sabemos en qué momento preciso la vieira pasa a ser recogida por los peregrinos que, a su regreso, dan así testimonio de haber alcanzado el santuario compostelano. No obstante, en su reconversión como símbolo jacobeo surgen dos hipótesis: se nos ocurre que la primera puede haber tenido relación con cultos previos, anteriores incluso a la presencia céltica, que en relación con la búsqueda de la fertilidad se realizaban en la costa gallega, y más concretamente en el área de la Costa da Morte, con enclaves como Fisterra y Muxía más tarde vinculados a la leyenda jacobea; por otra parte, ya desde el siglo VIII, los peregrinos del célebre Mont Saint-Michel utilizaban como emblema de retorno las conchas de vieira, abundantes en la costa bretona y normanda.
La vieira casa bien con Santiago el Mayor sí consideramos que, junto con su hermano Juan, era pescador en el lago Tiberíades. Por otra parte, muchos de los escenarios de su leyenda aparecen asociados al mar: los viajes para predicar en el confín del mundo conocido, la aparición mariana de Muxía y, por supuesto, la propia traslación de su cuerpo de Joppe a Iria Flavia.
El Códice Calixtino, que en el siglo XII viene a poner un poco de orden en el maremágnum de tradiciones y leyendas jacobeas, en su libro I, a través del sermón Veneranda Dies, expresa lo siguiente:
“Del mismo modo que los peregrinos que vienen de Jerusalén traen palmas, así los que regresan del santuario de Santiago traen conchas. La palma significa el triunfo, la concha significa las buenas obras.” Más adelante añade que “…tales conchas, al regresar los peregrinos del santuario de Santiago, las prenden en las capas para gloria del Apóstol, y en recuerdo de él y en señal de tan largo viaje, las traen a su morada con gran alegría. Las corazas con las que el marisco se defiende significan los dos preceptos de la caridad con que, quien debidamente los lleva, debe defenderse, esto es: amar a Dios sobre todas las cosas y a los demás como a uno mismo”.
También en el Calixtino, el libro II recoge el milagro de un caballero de Apulia que sanó de una grave afección en la garganta tras serle impuesta en ella una vieira, que así adquiere un valor taumatúrgico. En agradecimiento realizó la peregrinación a Galicia.
El proceso de cristianización de símbolos que fueron paganos tiene un segundo episodio mucho más poético, el referido al milagro del caballero Caio. Localizado en el Douro portugués, relata que dicho personaje, cuando asistía a una boda junto al mar, contempló el paso de la barca apostólica, y movido por la curiosidad se introdujo con su montura en las aguas para aproximarse a la nave, y al salir contempló admirado que su caballo estaba completamente cubierto de conchas de vieira. La escena aparece representada en una tabla de Giovenale de Orvieto (siglo XV), conservada en el Museo de Camerino (Italia).
En la Edad Media la vieira se convierte en la enseña de países como Bretaña, o de instituciones como el cabildo compostelano, y también pasa a la heráldica de numerosos linajes. Por supuesto, con su estreno en la imagen del Santiago-Peregrino de Santa Marta de Tera, en el Camino Sanabrés, también entra a formar parte de la iconografía del apóstol, que poco a poco va adquiriendo la indumentaria de sus peregrinos. Sobre todo a partir del Renacimiento, el motivo es empleado con carácter decorativo, y como principal ejemplo tenemos la famosa Casa de las Conchas (Salamanca).
Llegamos así al presente, en que la vieira ha sido asumida, a partir de un moderno diseño del Consejo de Europa, como símbolo imperecedero, ahora junto con la flecha amarilla, de los caminos de Santiago. Nos falta saber, pues nunca se ha estudiado este dato, cuántos peregrinos siguen utilizando la vieira, ahora ya desde la partida, y sobre todo por qué lo siguen haciendo.
Cuando otros elementos del peregrino tradicional han sido prácticamente desterrados (escarcela, capa, sombreros de ala ancha, calabaza, bordón), la vieira, que es el atributo más antiguo, perdura favoreciendo un sentimiento de filiación y pertenencia.
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