Fin de la hospitalidad tradicional en Castrojeriz: cuál puede ser el futuro del Camino?
La experiencia aporta bagaje, conocimiento más o menos profundo de una cuestión o tema, pero de ningún modo convierte a uno en oráculo o sibila. Por lo tanto, cuando alguien me pregunta, en base a mi trayectoria como peregrino, estudioso y divulgador del Camino desde los años 80, y vista la evolución reciente, sobre cuál puede ser el futuro del Camino de Santiago, suelo remitirme a los datos empíricos, pues como historiador siempre prefiero apoyarme en argumentos de cierta solidez y no dejarme llevar por impresiones o, menos aún, valerme de recursos más propios del mundo de la adivinación.
Los historiadores y los economistas sabemos que hay ciclos. En el antiguo Egipto ya se fraccionaba el tiempo, en función de las campañas naturales de las cosechas, en fases que el faraón, en su sueño, definió como de vacas gordas y flacas; en la interpretación de José, la euforia de los tiempos de bonanza debía ser contenida para que, sin dilapidar el sobrante, pudieran estar los graneros abastecidos cuando llegase la coyuntura desfavorable. Esta es la lección moral recogida en el libro del Génesis, pero el ser humano suele ser tremendamente olvidadizo, y su tendencia al optimismo, cuando el viento es favorable, le suele pillar con el pie cambiado si las circunstancias vienen mal dadas.
En el Camino de Santiago vivimos un período de expansión, un auténtico boom cuantitativo, unos años de popularidad y crecimiento desbordado como no se recuerda en muchos siglos, acaso equiparable, salvando todas las distancias que se quiera, a la fase álgida del Medievo. Y del mismo modo que ocurrió antes de la última crisis económica que ha azotado al mundo, en España íntimamente ligada a la burbuja inmobiliaria, la reflexión sobre el futuro es prácticamente inexistente, pues ahora toca presumir de estadísticas y, sobre todo, hacer caja. La crisis, si llega, nos pillará de nuevo con el culo al aire.
Si por un instante viajamos a través de la historia del Camino, comprobaremos que tras las fases expansivas, como la actual, hubo profundas crisis estructurales, cada vez de mayor calado. La primera se puede fijar a raíz de la decadencia del culto de las reliquias y con la irrupción, en la Baja Edad Media, de la conocida como Devotio moderna. Mayor impacto tuvo la provocada por el espíritu del Renacimiento, con el Humanismo y la Reforma, que tras descalificar el provecho de tan largos peregrinajes, redujeron notablemente la ascendencia del santuario compostelano. La tercera y colosal crisis, en su día considerada definitiva, fue generada por las ideas de la Ilustración y la Revolución Francesa, que cimentaron el triunfo de una concepción liberal del mundo que trastocó por completo mentalidades y prácticas religiosas; la revolución de los transportes y las desamortizaciones de la red asistencial en la que se apoyaban los peregrinos fueron la puntilla. Sin embargo, y contra todo pronóstico, el Camino renació de sus cenizas y regresó, en los años 90 de la pasada centuria, a la palestra.
Llegados al presente sería factible fijar la fase en la que nos encontramos y, más que predecir, vislumbrar la que seguirá. Pero los análisis de base estadística son fríos, y a veces es la intuición, que surge del mismo modo que la providencial flecha amarilla situada en una desierta encrucijada del páramo, la que nos guía. Pues bien, esa chispa que despierta a la intuición me ha llegado ayer a través de un desenlace que, no por esperado, nos ha llenado de tristeza: el anuncio del fin de la gestión, por parte de la Asociación de Amigos de los Refugios, en su día creada por Resti, del albergue municipal de San Juan de Castrojeriz.
El comunicado de despedida se convierte, del mismo modo que el cuadro de Millet representando a una pareja de campesinos rezando el Ángelus, en toda una alegoría de los tiempos que se van, a la vez que en un alegato henchido de pesimismo: “En la última década, en la medida en la que el Camino ha ido cobrando vida y el número de peregrinos aumentaba, se han ido generando otros intereses, legítimos todos, pero que han ido modificando los hábitos y necesidades de los peregrinos, así como también sus expectativas sobre la peregrinación.
Hace ya unos años que todo es diferente, y que aquella hospitalidad tradicional de tiempos pasados está quedando anacrónica, así como los hospitaleros voluntarios también fuera de lugar. A estas alturas la turistificación ya es un hecho, lujosos alojamientos low cost, reservas, transporte de mochilas, etc (…)
Los tiempos ya han cambiado, ni a mejores, ni a peores, simplemente han cambiado a diferentes. Y el fenómeno de la turistificación, imparable, y sin que nadie sepa para cuanto tiempo, ha llegado para quedarse”.
A no ser algún juicio de valor poco podríamos añadir, pero cuando uno de los emblemas del Camino Francés cae, y lo hará a partir de 2018 tras veinte años de servicio, es para reflexionar. Algún día hablaremos de la hospitalidad tradicional y de algunos de sus iconos o baluartes, sobre todo de lo segundo dado el ambiente en que nos movemos de resistencia, ¡malos tiempos para la lírica!, que cantaban Golpes Bajos, pero hoy tan sólo hemos de decir gracias y, también, ¡cuidado!
Si el aprovechamiento turístico puro y duro está marcando la tendencia en el Camino, y nadie lo duda, apoderándose de su capacidad de atracción para generar un paquete u oferta diferenciado, solo queda reconocer que la coyuntura será previsiblemente corta, porque el mundo del turismo, que no es más que venta de producto y consumo rápido, se maneja en ciclos cortos, determinados por las modas, y nada hay más volátil, caprichoso y efímero que la moda (Lipovetski dixit). Nos queda el consuelo de creer que el Camino superará esta prueba, y que como ya ha ocurrido en otras ocasiones, imitará al Ave Fénix regresando a sus orígenes, esas raíces que hoy intentan cultar, de consuno, todos aquellos que sólo procuran el beneficio rápido, sea del tipo que sea pero con predominio del económico.
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