De peregrino a hospitalero: cuando el alma se queda
Fue estando de vacaciones y viendo a peregrinos con su mochila a cuestas, caminando decididos por el Camino, cuando me entró la primera curiosidad del mismo. Posteriormente algún que otro conocido también me habló de su buena experiencia y también dediqué tiempo a leer diferentes informaciones. Tenía claro que debía experimentarlo. Durante tiempo estuve madurando la idea y buscando el mejor momento para realizarlo.
Fue en el año 2003 cuando, aunque solo por una semana, me decidí por primera vez a hacer el Camino. Los clásicos nervios por la novedad no impidieron que las diversas vivencias, las nuevas sensaciones, me abrieran un mundo diferente. La experiencia se hizo muy corta, pero pude darme cuenta que algo en mí cambiaba. A los pocos días volví a la vida real, pero también me dí cuenta que algo en el Camino se había quedado. Mi cuerpo estaba en casa, en el trabajo, en mi ciudad, pero mi alma se había quedado en el Camino.
A partir de aquel primer año, cada año, he necesitado el contacto con el Camino. Lo he esperado, lo he vivido y siempre ha pasado muy deprisa, para mí, más rápido que otras cosas. Pero al igual que la primera vez, cada vuelta del Camino algo cambiaba en mí.
Hoy todavía pienso dónde está la magia del Camino. Por qué esta necesidad o dependencia del mismo? Qué he encontrado en el Camino? Quizá he encontrado una nueva respuesta a la vida, una nueva visión, o seguramente solo me he encontrado a mí mismo. Lo único que sé, es que mi alma no se ha movido del Camino. Pero si a una conclusión he llegado es que en el Camino he encontrado y seguramente sin buscar nada. Porque en la vida real podemos buscar, pero difícilmente encontramos. Para mí, ésta es una de las explicaciones de porqué mucha gente lo hace, repite cuando puede, más por necesidad que por ocio.
En el Camino, donde todos somos iguales, porque llevamos poco y no necesitamos mucho, he conocido personas que me han aportado mucho, y que hemos compartido momentos maravillosos. Personas con ideas diferentes, con formas de ser diversas, con culturas, filosofías, religiones e idearios políticos singulares.
Y también he conocido hospitaleros que me han dejado su marca y han hecho de su albergue una estancia imborrable. Hospitaleros que han convertido su albergue en algo mucho más profundo que un lugar donde descansar. Hospitaleros que me han ayudado a descubrir el espíritu del Camino, como la Sab, una hospitalera que me atendió en el albergue del Monasterio de San Salvador en Cornellana, o como Ernesto del albergue La Cabaña del Abuelo Peuto en Güemes, o como el Párroco Blas en el albergue parroquial de Fuenterroble de Salvatierra.
Ahora, en este 2018, cuando dispongo de más tiempo, además de continuar con mis caminos he querido ver el Camino desde otra perspectiva y he querido intentar dar lo que hasta ahora a mí me habían dado.
Con un cursillo de un fin de semana, que realicé en el albergue parroquial de Grañón, junto a un grupo de personas más, me dieron las instrucciones básicas para atender a los peregrinos. Para la Asociación de Hospitaleros Voluntarios, que gestiona más de una veintena de albergues, la acogida de los peregrinos, en el sentido más amplio, es el principal argumento de los hospitaleros, así como incentivar una estancia lo más comunitaria posible. Otra de las características es el carácter totalmente voluntario del hospitalero y también el donativo que el peregrino crea o pueda dar, por su estancia, desayuno y cena. Los principios de dicha Asociación no estaban lejos de ciertos principios que yo tengo y creo que se ajustan a la naturaleza del Camino. El cursillo en Grañón significó para mí y también para el resto de participantes la decisión de que en cuanto pudiera sería hospitalero.
Y así fue como y por primera vez he estado de hospitalero en el albergue parroquial de Bercianos del Real Camino, a la entrada de la provincia de León, cerca de Sahagún. Un pueblo muy pequeño, con una sola tienda que vende de todo y dos o tres albergues privados más. Un pueblo donde solo vive gente mayor y donde lo mantiene el paso firme y seguido de los peregrinos. Un pueblo donde el cantar de los pájaros, los vuelos elegantes de las cigüeñas son los únicos sonidos que se oyen. Un pueblo con puestas de sol preciosas y con el encanto de las tierras de Castilla.
Ha sido una experiencia diferente, pero como mínimo igual de positiva que cuando he hecho el Camino. He intentado hacer de hospitalero como lo han hecho conmigo en las mejores experiencias que en los albergues he tenido. He querido estar por los peregrinos, atendiéndoles cuando cansados llegaban al albergue, dándoles toda la información que podían necesitar, me he preocupado por todas las necesidades que pudieran tener, he intentado que hicieran piña y se conocieran en la cena comunitaria que cada atardecer se hacía en el albergue y he propiciado actividades para crear lazos de unión y confraternización entre todos los peregrinos.
Lo de menos ha sido el trabajo, el cansancio, las muchísimas horas limpiando, cocinando, comprando, para gestionar un grupo de casi 45 peregrinos que diariamente venían al albergue.
He tenido una visión diferente del Camino, con conocimiento de mucha más gente, de muchas más motivaciones, de muchas más sensibilidades. Quizá ha sido una visión más efímera, más superficial que el hecho de estar caminando, porque caminando se pasa mucho más tiempo con las mismas personas y puedes conocerlas más profundamente.
He vivido experiencias y situaciones, como por ejemplo una chica rumana que haciendo el Camino, en el día de su 50 aniversario se presentó su pareja, su padre y su hija en el albergue para celebrarlo, viniendo expresamente desde Rumanía. He conocido las diferentes motivaciones que lleva a la gente de un sinfín de nacionalidades a hacer un sinfín de Caminos, en definitiva a hacer su Camino. Muchos motivos diferentes, difíciles de enumerar, pero distintos. Y he constatado cómo muchas personas, como yo, han vuelto al Camino porque algo se había quedado en él, de su anterior Camino, y han venido a encontrar o a volver a encontrarse nuevamente.
Cuando caminaba y conocía hospitaleros que habían dejado su vida real para hacer de hospitalero me preguntaba porqué y durante este tiempo en el albergue lo he entendido. La experiencia ha sido diferente, de hospitalero a peregrino, pero solo en la diferente forma de ver el Camino. El fondo ha sido el mismo, me ha reafirmado lo mismo.
El Camino es el camino lo mires por donde lo mires. Sus valores son los mismos.
Esta experiencia como hospitalero también me ha enganchado, y me ha servido para ver que necesito el Camino y lo necesito como antes lo necesitaba. Mi alma continúa en el Camino, como siempre ha estado.
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