La Peregrina, de Basilio Losada
Isabel San Sebastián, la conocida periodista y prolífica autora de novela histórica, acaba de publicar su última obra, dedicada al Camino Primitivo de Santiago. Dado que se ha convertido en uno de los títulos más vendidos esta Navidad, pronto hablaremos sobre ella, pero antes consideramos imprescindible hablar de otra “Peregrina”, ya clásica, en su día escrita por Basilio Losada.
El lucense Basilio Losada Castro (1930), catedrático que fue de Filología Románica en la Universidad de Barcelona (1986-2000), destacó como traductor de grandes obras de la literatura portuguesa y brasileña al castellano y el gallego, entre ellas varias obras de José Saramago, trabajo por el que fue reconocido, en 1991, con el Premio Nacional de Traducción. También ha sido honrado con otras distinciones como el Premio Otero Pedrayo, las medallas de Galicia y Castelao, la Ordem do Cruzeiro do Sul (Brasil), la Comenda da Ordem do Infante Dom Henrique (Portugal) o la Creu de Sant Jordi (Cataluña). Este mismo año recibió el Premio Eduardo Lourenço, otorgado por el Centro de Estudios Ibéricos a quienes hayan destacado en el ámbito de la cooperación luso-hispana; en esta oportunidad se elogió la aportación de Losada “por tender puentes entre el catalán, el castellano, el portugués y otras lenguas europeas”. Desde 2015, asimismo, es miembro de la Real Academia Galega de la lengua.
Como filólogo experto en el período medieval, publicó algunas obras relacionadas con el Camino de Santiago, entre ellas O Camiño de Santiago (1992) o Ero de Armenteira (1993), pero sobre todo, y como primera aproximación al género de la novela, La Peregrina (1999), que fue traducida por Giuseppe Tavani al italiano (La Pellegrina, 2004, ed. La Nuova Frontiera).
Su experiencia en torno al mundo de la peregrinación jacobea no se ha limitado al ámbito literario o intelectual, pues dos veces ha hecho el Camino: una desde París, otra desde Roncesvalles.
Acabamos de leer, por segunda vez, este delicioso, ya lo apuntamos al inicio, texto en la edición de Grijalbo, colección Revelaciones, impreso en Barcelona en el año santo de 1999 y con breve prólogo de José Saramago. El libro aún se puede conseguir, de segunda mano, en internet y a muy buen precio.
La esperanza en el milagro
El relato surge a partir de uno de los milagros recogidos por Alfonso X, el rey Sabio, que en gallego redactó las célebres Cantigas de Santa María. Se trata del milagro número 268, “Como Santa María guareceu en Villa-Sirga hûa dona filladalgo de França, que avia todo-los nembros do corpo tolleitos”, o sea, la peregrina que tenía el cuerpo contrahecho.
En busca de la sanación, una princesa húngara, pues todos los extranjeros eran entonces francos, y aquella de una “Francia lejana”, parte de su mísero y triste reino en compañía de un pintoresco cortejo, más próximo a una tropa de feriantes que digno de su rango, en busca del prodigio ante la Virgen Negra de Rocamadour, santuario entonces muy concurrido y milagrero. Al no obtener allí ningún resultado prosigue hacia Compostela, probando suerte en Santa María de Villasirga.
Adquiere el relato un formato sencillo, más propio de la narrativa oral difundida entonces por juglares y ciegos, todo ello perfectamente documentado, pero sin grandes alharacas ni pesadas demostraciones de sabiduría, en el momento en que en la Europa cristiana se están comenzando a levantar las grandes catedrales y abadías góticas, siendo todo el Camino un hervidero de actividad, con los maestros y las cuadrillas de canteros en plena faena.
El escenario también coincide con un progresivo cambio devocional de los fieles, que van relegando el culto a las reliquias a favor de una mayor espiritualidad, centrándolo en la figura maternal de la Virgen María, que coincide con la implantación de la orden cisterciense y, en Francia, con la expansión del catarismo y la cruzada que lo combate. Incluso hace acto de presencia, como peregrino, el mismísimo San Francisco, fautor de una nueva vía de espiritualidad centrada en la pobreza, al que la tradición atribuye una peregrinación a Compostela en torno a 1214.
Sin disquisiciones que puedan llegar a resultar pesadas o ininteligibles para el lector, la trama gira en torno al propio concepto y esencia del milagro, y de toda la sustentación del dogma cristiano a partir de los tres pilares de sus virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. De la comitiva, la infortunada princesa es la única que demuestra perseverancia a través de su fe –último asidero para superar la cruz con la que carga desde su nacimiento–, fundada en la esperanza de un prodigio que repare tamaña injusticia.
Otro personaje, el único que no abandona a su señora de principio a fin, es el bufón. En su papel de loco, escéptico e incrédulo, que precisamente por asumir ese rol no es condenado a la hoguera por hereje, argumenta con aplastante lógica racional las contradicciones de un dios que permite tanta miseria e injusticia en el mundo. Su conclusión es equiparable a lo que siglos depués pondría en boca del Creador el bardo Manuel Curros Enríquez, poeta decimonónico gallego que por atentar al dogma fue llevado a juicio sin éxito por un obispo: “Se eu fixen tal mundo, que o demo me leve” (Si yo creé tal mundo, que el diablo me lleve).
Cuando el interminable viaje, repleto de rodeos y paradas, alcanza el rango de un periplo absurdo, los acompañantes van desertando porque, como apunta el bufón, “aquí solo la niña cree. En este viaje, sólo ella sabe adónde va y por qué” (pág. 66). Los que claudican, sabiendo como es la época y régimen en que les ha tocado vivir, se conforman con disfrutar el presente, siempre que sea posible y aprovechando sus contadas oportunidades para salir del agujero.
La voz del loco es la cordura del que clama, sin prejuicio ni temor, señalando que el rey está desnudo, en este caso al reflexionar sobre el papel de la divinidad en la programación de los milagros: ¿por qué a unos sí y a otros no? En realidad ni milagros ni caridades deberían ser necesarios, ni estar al albur de ese capricho de los santos, careciendo de sentido que Dios enmiende lo que hizo mal (pág. 89). Las dudas fundamentales sobre el destino del hombre, que la Religión es incapaz de justificar, hacen acto de presencia, tales el origen y sentido del mal en el mundo y, sobre todo y en la línea de Camus, la sinrazón del dolor de los inocentes. Tan sólo la muerte parece ser la liberación de los pobres, enfermos y desterrados.
Miseria, picaresca, enfermedad
La composición del cortejo peregrino es un compendio de quienes andan por los caminos (“el Camino es como la vida, unos van y otros vienen, yo me voy, otro vendrá”, pág. 78): un exclaustrado que hace la peregrinación por encargo y roba si es preciso, un juglar ansioso de conocer nuevas melodías, mercaderes de paños siempre en alerta para no ser despojados de sus valores, dos mozas que aprovechan su juventud para obtener rédito de todo tipo de oficios incluido el carnal, un par de mercenarios cuyo único señor es la soldada, un cátaro que da lecciones de moral a los cristianos viejos, un cantero que busca empleo de catedral en catedral,… y a su alrededor gallofos, santos, mercaderes, leprosos, aquejados de la fiebre de San Antón, campesinos arruinados por las langostas, soldados y cruzados contra el Islam, prestamistas judíos, musulmanes, monjes, nobles, plebeyos…
La descripción de los territorios atravesados, y el de las ciudades, es riguroso, así el de Rocamadour, Pamplona, Nájera, Estella o Burgos, entre otros.
Entre las fuentes se cita, como es siempre obligado, la guía calixtina atribuida al picardo Aymeric Picaud, con sus prejuicios, ahora también presentes, sobre vascos y navarros, y varios episodios reconocibles.
San Francisco es quien acaba centrando el sentido viaje cuando indica que todo lo que vemos, todo lo que sucede, hasta lo más insignificante, es propiamente un milagro, el de la Creación, y que más allá de buscar milagros debemos centrarnos en hallar soluciones a los problemas, entre ellos el de la pobreza, a través del amor al prójimo. Su magisterio contribuye a entender el desenlace, un hermoso canto del Amor, no exento de ribetes científicos, del que preferimos no hablar para que no decaiga la curiosidad por leer tan bella y delicada obra, sin duda una de las mejores novelas históricas que se han escrito con el Camino de Santiago como escenario.
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