La Meseta: una oportunidad para el autoconocimiento
Muchas veces he oído o me han dicho eso de: “ese tramo no tiene nada, es una recta infinita y se hace aburrido y monótono, no tiene aliciente” refiriéndose a la meseta del Camino Francés.
A partir de ahora voy a escribir la palabra meseta en mayúsculas. ¿Por qué? Para convertirla en nombre propio, porque se lo merece.
Yo no descubrí la Meseta en el Camino Francés, pero descubrí las rectas interminables en el Camino de Madrid. Desde Segovia a Sahagún hay kilómetros de rectas infinitas.
Nunca había caminado tantos días por caminos tan rectos, sin desniveles y con un paisaje tan poco variado. Campos de cereal alternados con algunas pinadas. Pero me gustó. Me gustó mucho. Me encantó. Sobre todo cuando conseguí salir viva de allí.
Si la Meseta algunos la consideran dura precisamente por su soledad y su rectitud, si además le añadimos una hipotermia y una ciclogénesis explosiva ya es la repera.
Pero es la parte del Camino de Santiago más ideal para practicar la meditación. También son las etapas idóneas para encontrarse con uno mismo. ¿Por qué? Pues precisamente por eso: porque no hay nada más que tú. Porque al ser monótono el paisaje, favorece la introspección.
Favorece la conexión con el interior de uno mismo y fomenta que descubras tus miedos internos, si es que los tienes. Tal vez por eso la Meseta a muchos no les gusta. Tal vez, por eso se la saltan.
Pero lo que a algunos no les gusta no es la Meseta, sino aquello que la Meseta les provoca: conectar con las entrañas de los propios pensamientos y emociones; y eso a veces, puede ser duro. A veces puede ser incluso insoportable. ¡Pero es más fácil echarle la culpa a la Meseta!
La Meseta nos hace conectar también con nuestro silencio interno, si es que lo hay. A veces el silencio interno es precioso, y a veces asusta.
Estamos acostumbrados a estar llenos de ruido mental y si, caminando por la Meseta logramos vaciarnos, tal vez encontremos NADA en nuestro interior… O tal vez encontremos fantasmas que no nos gustan. O todavía algo más extraordinario… tal vez nos encontremos con nosotros mismos. Y para algunos, eso es motivo de máximo pánico.
Pero hay que darle la vuelta, ver la parte positiva.
En realidad la Meseta es un paisaje precioso, con vistas relajantes de horizontes infinitos y cielos eternos… Es maravillosa.
Podemos introducir en nuestra vida la Meseta del Camino de Santiago como una gran maestra que nos enseña. Nos enseña a estar con nosotros mismos, a convivir con nuestros fantasmas y miedos. De nosotros depende coger esos aprendizajes para seguir construyendo nuestro camino interior o desechar la Meseta por ser algo terrible, largo o tedioso.
Puesto que no hay tantos estímulos externos que llamen nuestra atención, tal vez la Meseta favorezca también los llamados pensamientos rumiativos si estamos en alguna fase de nuestra vida algo delicada. Si esos pensamientos además no son demasiado agradables, pueden llegar a causarnos un poquito de obsesión. Yo sé de alguno que me dijo: “en la meseta me volví loco”.
Los pensamientos rumiativos, en psicología, son muy característicos en la depresión, en la ansiedad y en el trastorno obsesivo-compulsivo. Son pensamientos que se repiten una y otra vez de forma obsesiva porque la mente no es capaz de encontrar una solución al problema en cuestión. (No hay que confundir los pensamientos rumiativos con el trastorno de rumiación que consiste en la regurgitación repetida de los alimentos durante un período de por lo menos un mes).
Pero no es necesario estar pasando por un mal momento en la vida para que los pensamientos rumiativos aparezcan en momentos de soledad o de falta de estímulos. Es algo bastante innato en nosotros, nuestra mente necesita estar siempre entretenida y buscando soluciones a todo.
Aprovechemos la situación de los pensamientos rumiativos entonces, viéndolo con otra perspectiva: la Meseta es ideal para practicar Mindfulness mientras caminamos. Dejando pasar esos pensamientos rumiativos como si fuesen nubes empujadas por el viento y centrando nuestra atención en el contacto de nuestros pies con el suelo a cada paso; es una forma de meditación muy potente. Así, el foco de atención sale del interior de nuestra cabeza para ponerlo en nuestros pies y en el suelo que pisamos.
Si conseguimos practicar mindfulness de esta manera, (que podemos traducir como atención plena en el momento presente) día tras día, estaremos creando nuevas conexiones neuronales en el cerebro, que sin duda nos ayudarán a muchas cosas de nuestra vida cotidiana: nos ayudarán a rebajar nuestros niveles de ansiedad, nos ayudarán a favorecer la concentración en el estudio o en el trabajo, nos ayudarán a ser más pacientes, alejará de nosotros esos pensamientos rumiativos que no nos dejaban en paz y mejorará nuestra salud en general.
Así que, la Meseta, en lugar de saltársela, hay que vivirla y aprovechar esas rectas interminables para admirar esos horizontes lejanos, relajar los ojos, el nervio óptico y el lóbulo occipital (es el encargado entre otras cosas del procesamiento de la información visual); y además para crear nuevas conexiones neuronales para ser más felices…. ¡¡Fantástico!!
Y, por si fuera poco, si caminamos con compañía, la Meseta es el lugar ideal para que surjan conversaciones profundas con nuestros compañeros de camino. Porque es más fácil conversar si no nos falta el aliento, como pasa en las subidas montañosas.
¿Qué más nos puede ofrecer la Meseta? ¡Todo son ventajas! Es maravillosa.
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