Finales de etapa injustamente olvidados por las guías (parte II)
Comentábamos en el anterior artículo que las circunstancias que han propiciado y propician un cambio en el final de las etapas depende de muchos factores. Esto ya se ha dado históricamente, porque con la creación de pueblas, o la apertura de hospitales, los lugares de referencia para pernoctar se fueron modificando.
Por lo tanto muchos de los que hoy se lamentan de su posición, y así nos lo hacen saber a veces quejumbrosos e intentando convencernos con argumentos, otras a través de improperios, e incluso profiriendo acusaciones de que estamos vendidos a supuestos intereses (¡mal camino!), no se dan cuenta, o no quieren reconocer, que son los peregrinos los que fijan las tendencias, y quienes eligen libremente donde quieren pasar la tarde y la noche, y que nosotros nos solemos limitar a describir esta realidad.
Además, a nadie escapa que la planta actual puede ser modificada a poco que se piense, precisamente, en las necesidades de los peregrinos. De este modo se explica que ciertos lugares, a priori no llamados a ser fines de etapa, se hayan convertido en auténticos mitos. Pongamos, para entendernos, los ejemplos de Güemes, en Cantabria (Camino Norte), o de Fuenterroble de Salvatierra, en Salamanca (Vía de la Plata), en ambos casos merced al trabajo y la acogida dispensada respectivamente por el padre Ernesto y por el cura Blás.
Nada, desde luego, está fijado de antemano salvo el protagonismo de las grandes ciudades, y recientemente ha habido modificaciones que corroboran el aserto. En la anterior entrega hablábamos de Rabanal del Camino, que ha cedido el testigo a Foncebadón en muchas guías, y en el Camino Primitivo podríamos decir lo mismo de Grado, por acabar con la provisionalidad de San Juan de Villapañada en el momento en que ha abierto su albergue público, o de Ferreira, que parece haber ganado la partida a San Romao da Retorta.
Por lo tanto más allá de los intereses localistas, que siempre han existido y permanecen vivos, en ocasiones como un cáncer alimentado por la envidia y otros sentimientos atávicos, hoy la mayoría de los argumentos tienen en su base la economía: todo el mundo quiere que su pueblo sea más beneficiado por esta riada humana de consumidores, llamados peregrinos, que hace un par de décadas era ignorada y despreciada con el término de “mochileros”.
Veamos, por lo tanto, cómo está la situación en otros caminos mayores.
Camino del Norte
En este itinerario muchos son los agravios por la existencia de numerosas villas costeras entre las que necesariamente hay que elegir, baste recordar la situación de Orio, Getaria o Zumaia, en Gipuzkoa, y de Santoña o Noja, en Cantabria.
El síndrome de la frontera, que ya conocimos entre Valença/Tui y Caminha/A Guarda, afecta aquí a Hendaye, mucho peor preparada para la acogida de los peregrinos que Irún, también es cierto.
Entre Markina y Bilbao también hay claras alternativas fijadas en Ziortza, donde existe un albergue en el monasterio cisterciense, o en Larrabetzu, con buen albergue, en vez de Lezama.
Varias poblaciones grandes se ven igualmente relegadas en Cantabria por la proximidad de otras: es el caso de Santoña, frente a Laredo; de Noja, por la también relativa cercanía a Laredo y Güemes; o de Unquera, que por carecer de albergue provoca la “fuga” a Colombres.
Quizá el ejemplo más notorio de marginación, por su peso histórico y poblacional, es el de San Vicente de la Barquera, aunque también es decisiva la distancia desde Comillas, superior a los 30 km, y de que ya no disponga de albergue, lo que provoca un efecto fulminante.
Hasta el occidente asturiano, por existir menos poblaciones grandes, no encontramos más disonancias. En este sector la distancia es el criterio que ha ido fijando los finales de etapa con una salvedad, la de Navia, llamada a serlo por distar 20,1 km de Luarca en detrimento de La Caridad, aunque es cierto que después todo encajaría peor para llegar a Ribadeo, a no ser que se haga también escala en Tapia de Casariego. Aquí entraríamos también en el conflicto de la multiplicación de variantes, realidad propia de un Camino Norte en el que proliferan, realmente sin control, las sendas litorales, tanto es así que el Camino puede acabar convirtiéndose en un trasunto del GR E 9, o sea, en una ruta panorámica más para senderistas que para peregrinos.
Si en la ruta por Vegadeo las cosas están claras hasta Mondoñedo, no tanto desde Ribadeo por el camino mayoritario, pues si se quiere alcanzar también Mondoñedo, ciudad episcopal que cuenta con uno de los cascos antiguos más relevantes de Galicia, se obviará la parada en Vilanova de Lourenzá, con su gran monasterio de San Salvador, variada oferta de alojamiento y a una distancia razonable de Ribadeo (27,5 km). Al optar por Mondoñedo quedan muy cortas las dos etapas siguientes (de entre 15 a 17 km cada una las que concluyen en Abadín y Vilalba).
Por último, otro planteamiento poco realista es el de establecer una etapa de Baamonde a Sobrado dos Monxes, de casi 40 km por el itinerario clásico, que debería partirse con parada en Miraz. La distancia solo sería factible si se elige la nueva variante de As Cruces.
Camino Primitivo
La presencia de montañas, y la baja densidad de población, favorecen que la compartimentación de este itinerario esté bien estructurada y sea estable, con apoyo en las cabeceras comarcales y capitales de municipios. Ya hemos comentado el caso de Grado, donde se corrigió una anomalía, y la única discusión podría ser la etapa que GRONZE fija de Tineo a Borres, muy corta (15,9 km), resultando más lógico concluir en Pola de Allande (a 27 km), cuya fundación en el siglo XIII por el obispo Pedro II de Oviedo modificó en su día la traza, que hasta entonces seguía la ruta de los Hospitales.
En Galicia se siente perjudicada Castroverde, pero es únicamente a causa de su posición, muy alejada de A Fonsagrada y relativamente próxima a Lugo.
Vía de la Plata
El territorio, que favorece la concentración de los núcleos de población, es el leit motiv de este largo itinerario, definido por los espacios vacíos, sobre todo en su mitad meridional, y las largas etapas. Así pues, todo está más o menos claro en Andalucía y Badajoz, donde Almendralejo queda fuera de ruta.
En la provincia de Cáceres los kilómetros, siempre excesivos, y la presencia de albergues, son los que organizan las etapas, relegando localidades como Cañaveral y, sobre todo, a Galisteo o Baños de Montemayor.
Un hecho sumamente discutible, que afecta de pleno a la recuperación de esta ruta, más atenta a seguir la vía romana que a repensar la realidad medieval, ha sido la marginación de Plasencia, burgo episcopal que contaba con hospitales de peregrinos y que, al menos, merecería figurar como final de una variante.
Ya en Zamora, la Vía de la Plata está bien estructurada hasta Astorga en sus jornadas, pero no tanto en el Camino Sanabrés, donde Rionegro del Puente, sede de la antigua cofradía de los Falifos con su función hospitalaria, podría perfectamente suplantar a Mombuey, estableciendo una etapa más, con final en Asturianos, antes de Puebla de Sanabria.
Por la provincia de Ourense, donde no existe una gran dispersión poblacional a diferencia del resto de Galicia, las etapas parecen sensatas. La única distorsión surgiría entre quienes opten por la variante del monasterio de Oseira, que entonces podría ser fin de etapa en lugar de Cea. La presencia de Lalín, en el Camino de Invierno y muy próxima al Camino Sanabrés, también es una alternativa clara frente a A Laxe. La redefinición de etapas a partir de Oseira podría favorecer a otro núcleo actualmente marginado, Silleda, cabecera de concello provista de dos albergues y alojamientos alternativos.
Prolongación a Fisterra y Muxía
El único dilema de la traza hacia Fisterra, pues las dos conexiones a Muxía están más claras, es si se planifican tres o cuatro etapas. Muchos peregrinos se han quejado de la larga distancia de la segunda etapa (Negreira-Olveiroa), que ahora es posible acortar por la existencia de albergues en Santa Mariña o Lago, aunque no tengan el encanto de Olveiroa.
-------- Conclusión --------
Como conclusión tenemos que recalcar una certidumbre: que el Camino lo hacemos nosotros, cada peregrino, y las guías solo son un asistente, meramente orientativas, y de ningún modo textos sagrados que haya que seguir, como un fiel cumplidor, al dedillo. Cada quien sabe lo que puede caminar, las circunstancias que pueden afectarnos en cada momento del recorrido, las personas con las que nos hayamos agrupado, las apetencias personales, más decantadas hacia un determinado tipo de alojamiento, por ambientes urbanos o rurales, con más o menos interés por el patrimonio histórico… Por lo tanto, los fines de etapa son, en última instancia, cosa nuestra.
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