Foncebadón, el enésimo atentado al patrimonio del Camino Francés
¿A alguien se le puede pasar por la cabeza que en pleno siglo XXI, con tanta experiencia acumulada en la protección patrimonial del Camino de Santiago, sea posible que en uno de los pueblos más emblemáticos del Camino Francés, que ha sido declarado Bien de Interés Cultural y delimitado en todas las comunidades autónomas por las que discurre, y a mayores también Patrimonio Mundial de la Unesco, en medio y medio de esta joya de la corona de los itinerarios jacobeos un alcalde, pasándose por el arco del triunfo toda la legislación conservacionista, pavimente con hormigón a go-go, a lo bestia y sin miramientos, de abajo hacia arriba toda la Calle Real o Mayor, que es el Camino, sin el más mínimo asesoramiento jurídico o estético? Pues sí, esta barrabasada ha ocurrido en un lugar mítico que estaba renaciendo de sus cenizas cuan ave fénix: en Foncebadón.
¿Quién le iba a decir a los congregados en aquel concilio siempre mentado del siglo X, quién al esforzado obispo Gaucelmo que aquí fundó una alberguería para los peregrinos que atravesaban los Montes de León camino de la vecina Cruz de Hierro, quién a los heroicos habitantes que con sus huertos y rebaños sobrevivieron en tan inhóspito paraje resistiendo las copiosas nevadas de antaño, quién a los que no tuvieron más remedio que emigrar en los años 60 a la capital del reino, quién a María y Ángel, los últimos mohicanos y defensores a ultranza de las campanas del templo cuando la avanzadilla peregrina de la nueva era volvía a deambular entre las ruinas, quién a Julio Llamazares y sus crónicas de la desolación por la España que hoy llaman vacía, quién a los nuevos colonos que han insuflado una inimaginable y próspera vitalidad al núcleo…, quién les iba a decir a todos, vecinos del presente y del pasado, que la ignorancia de quien por no entender nada todo lo desprecia, el patrimonio en primer lugar, iba a escoger el peor modo, tras el asfalto, para reparar la histórica vereda que atraviesa de cabo a rabo la población?
Atónitos debieron quedarse, entre los que conocían el erial de guijarros y polvo, los primeros en otear el desaguisado. Al igual que en Sarria, cuando unas torres desmesuradas amenazaron con arrinconar lo poco que queda de aquella colina medieval coronada por la iglesia del Salvador y el castillo, fueron los peregrinos quienes primero dieron la voz de alarma. Las quejas y denuncias se sucedieron, y desde entonces la miseria se ha reproducido una y mil veces en imágenes, para mayor gloria del señor alcalde y su sapiencia (deberíamos escribir en el Camino, al borde de cada adefesio y atentado, el nombre de los responsables para que sean recordados per secula seculorum). Ahí andaba el cemento por los foros de medio mundo, y entonces tomó cartas en el asunto la Fraternidad Internacional del Camino de Santiago, que en los últimos tiempos parece haber emprendido una cruzada contra los atentados, diseñados en papel o ejecutados, que inmisericordemente van destrozando, palmo a palmo, las rutas jacobeas: cementados en Galicia y Rabanal del Camino, proyecto de edificio junto a la catedral de Burgos, planta de residuos de Casalonga (Teo), tentativa de volver a explotar la mina de cobre de Touro…
Trasladada a la Dirección General de Patrimonio de la Junta de Castilla y León la denuncia, ¡oh, prodigio!, en los despachos de Valladolid nadie tiene noticia del asunto en cuestión, tan vasto e incontrolable, como la mismísima Amazonía en tiempo de los virreyes, es el territorio autonómico castellano-leonés. Habiendo mandado la preceptiva inspección al monte ipso facto, ya que andamos en tiempo electoral muevesillas, y no vaya a ser que se conjuren todos los demonios para hacerles perder aún más votos de los que ya han perdido por otros y muy dispares motivos, comprueban que en efecto, que es verdad lo que les contaban y uno de los suyos, acaso arropado en la más absoluta de las mayorías, lo cual a menudo no implica mayor ilustración, sino más despotismo, se ha pasado de la raya, y que el desatino debe ser tapado cuanto antes, que se acerca el año santo. Por lo tanto, como suele ser norma en estos procedimientos administrativos, se ordena la reposición de la legalidad a través de un expediente sancionador incoado el 25 de marzo de 2019.
Los amigos del Camino habían puesto sobre la mesa una imagen que servía para ejemplificar una actuación delicada y respetuosa sobre un patrimonio declarado Bien de Interés cultural: la de un pueblo próximo, fuera del itinerario y por lo tanto ajeno a la galáctica protección del Camino Francés, que está recuperando sus pavimentos empleando materiales de la zona y técnicas tradicionales. Nos referimos a Peñalba de Santiago, que quizá por no estar en la trocha de los peregrinos, ese nuevo Dorado en el que parecen haberse conjurado todos los secuaces del mago Hermógenes, se ha esforzado al máximo para llegar a ser considerado “Uno de los pueblos más hermosos de España” (el nombre de esta agrupación es una copia poco imaginativa, y desde luego sumamente tardía, de una marca que ya funciona en Francia hace décadas). El Valle del Silencio, al pie de los montes Aquilianos, no es la Maragatería de Foncebadón, pero en nuestro caso se podrían haber aplicado sistemas de pavimentación similares a los ejecutados en otros pueblos de la comarca (por ejemplo en Castrillo de los Polvazares), siempre de la mano de expertos, acaso con el recurso al hormigón lavado, tan socorrido últimamente, y generando cuadrículas enmarcadas por losas, al ser la Calle Real muy ancha y para evitar el efecto de pista de aeropuerto.
Aunque a uno ya le entran las ganas de largarse para siempre del Camino Francés, sigue siendo el hogar primero, la escuela, la sirga de los más entrañables recuerdos, y por eso vale la pena seguir velando por su preservación, a garrotazo limpio (recurso literario, no literal) con los depredadores, a los que hoy les hemos ganado, todos los peregrinos, una pequeña batalla. Ahora toca esperar, paciencia, a que los gestores y técnicos de la postmodernidad maquinen la solución, que debería ser algo más ambiciosa y, para que no se malgaste dos veces el dinero público con tanta alegría, contemple un proyecto de urbanización, por supuesto con todas las firmas e informes sectoriales exigidos.
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