Érase una vez…, un pueblo al que llegaron peregrinos
Así comenzaban los cuentos, tuvieran final dichoso o triste, porque en un tiempo que parece haber prescrito se escribían historias para que los niños, iniciándose en el conocimiento de vicios y virtudes, fuesen familiarizándose con el mal que puebla el mundo, aprendiendo a defenderse de los peligros que les aguardaban y, sobre todo, fraguando su criterio moral para no llegar imberbes e ignorantes a la edad adulta. Los cuentos del presente, melifluos y de buen rollito integrador cósmico, están indicados para que los ahora alevines, ya talluditos, acaben poniendo ositos y flores al pie de las extintas Torres Gemelas. El relato que sigue, descarnado y moralizante, en realidad no hace más que recrear la historia que nos ha contado un amigo.
Érase una vez…, pues, un pueblo, no vamos a decir cuál ni dónde, y ni siquiera si tiene mar, como el de la canción de Sabina, por el que por cierto también pasa el Camino, para que no se generen suspicacias. Apuntaremos únicamente, vaga pista, que se trata de una localidad que nunca antes había vivido del Camino, pero que de repente comenzó a ver pasar peregrinos, cada vez en mayor número, estimando en ello una oportunidad.
En cuanto al título podría ser, emulando al Decamerón pero sin sexo -¡cómo lo sentimos!-: «De la grande e inesperada mutación experimentada por una villa en poco tiempo, y de cómo los nativos se vieron ninguneados y desplazados en tal cuita, porque ahora quien trae la plata, con menor dedicación y mayor gozo para los posaderos, es el peregrino».
EL CUENTO (cedemos la palabra a nuestro protagonista)
A ver, te digo que de un tiempo a esta parte no hay quien conozca el pueblo. Antes me iba al bar de la plaza y me trataban como a un rey, porque había una relación cordial y de simbiosis en el vecindario, todos éramos parte del frágil ecosistema de la actividad social y económica. Pero un día comenzaron a entrar al bar unos personajes sudados portando grandes mochilas que dejaban por doquier. Venían sedientos y hambrientos, y en un santiamén se papaban entre cuatro lo que consumíamos los de la parroquia en toda la mañana. Entonces Paco, el dueño del local, con toda la confianza del mundo me dijo, siempre como disculpándose y con la sonrisa de complicidad dibujada en su rostro:
- ¡Moncho, hombre, no te me quedes ahí tanto tiempo, que en la mesa me entran hasta seis peregrinos, y me haces perder una pasta! Pero bueno, no te preocupes, tú vienes siempre, no dije nada, olvídalo.
Unos días después dejaron de ponerme la tapa de cortesía con la bebida matutina, sacrosanta costumbre en cualquier villa, barrio o ciudad del país que se precie, y la ausencia hizo que se me encendiese la luz de alarma:
- Es que no da tiempo, Ramón, ya ves cómo estamos, si no es por fastidiar, tienes que disculparnos, ya te la pondré por la tarde cuando se pire esta tropa.
Deseaba por todos mis muertos comprender lo que me decía Paco, pobre lo que estaba pasando con esta presión, pero pronto, quizá en la despiadada mirada del camarero nuevo que había contratado por horas y me llamaba con retintín Don Ramón, comencé a traducir aquellas palabras en román paladino:
- ¡Ahora ya no queremos que vengáis aquí a esta hora punta a jodernos, carajo, no ves que tengo lleno, y además dando bocatas y raciones a gogó, y no el cafelito de 1 € con madalenas por la jeta, o el vinito tempranero con el pincho de tortilla que me birláis! ¡Si es que nos teníais crucificados, parece mentira que no os hubieseis dado cuenta, aprovechados!
De los encuentros en la tercera fase ya prefiero ni hablar, porque aquí llegaron la mala leche y la peor educación, la ruptura y el búscate otra capilla para leer el periódico antes de comer, y contigo toda la patulea secular, los que hemos sostenido el negocio y ahora somos expulsados lejos del Camino, ese maldito camino que a unos hará más ricos, no lo dudo, pero que ha alterado nuestras costumbres y, sobre todo, la paz reinante.
Estuve por escribir alguna cosa en las redes sociales, pero cuál fue mi asombro al contemplar que la plaga no solo afectaba a mi bar, sino a otros muchos del centro de la localidad emplazados a pie de ruta, y que ya eran varios los que se habían quejado amargamente, expresando lo mismo que yo sentía. Al igual que los huidos de la peste o de la guerra, no tuvimos más remedio que emigrar de la primera línea buscando acomodo, para regocijo de negocios peor situados, en la retaguardia.
Lo más curioso de este fenómeno, sin embargo, es que algunos peregrinos asiduos de las redes sociales y con un estómago consciente, también estaban por lo visto hartos de que la calidad hubiera menguado alarmantemente en la línea del frente, al tiempo que los precios subido. Algunos de ellos, saltando las vallas del corral lineal, comenzaban a desertar y aparecían, por ahora todavía en un número reducido y temerosos de invadir algún inexplorado santuario birmano, en nuestros, creíamos que ocultos, refugios. De este modo nos sentíamos como los indígenas de la Amazonía, cada vez más constreñidos por la actividad de ganaderos, agricultores y madereros. Tanto es así que no digo yo que no vaya a ocurrir lo mismo pronto, y que para leer el periódico con un vino y una tapa como Dios manda tengamos que coger el coche y poner ya no pasos, sino millas desde el Camino.
Fíjate que luego me interesé por el tema, y me fui enterando de otras cosas, como que también los alojamientos de la localidad, que siempre habían trabajado con viajantes, comerciales, obreros…, ahora, sin haber invertido nada en mejorar sus vetustas instalaciones, se dedicaban con preferencia a los peregrinos, que al parecer pagaban lo que les pedían, casi el doble de lo que antes solían tener como tarifa habitual.
Es cierto que no todos han hecho como Paco, y que otros bares, quizá conocedores el sueño de las vacas gordas y flacas del Génesis, no han querido correr riesgos y siguen teniendo detalles con los vecinos. Pero la táctica no les ha funcionado, porque a quienes han enervado y encolerizado es a los peregrinos, que entienden como un desprecio que se trate mejor a los nativos que a ellos, manifiesta e injusta discriminación en razón del origen. Y así lo hacen saber cada día dando rienda suelta a la bilis en Tripadvisor.
Cuando pasa la marabunta mediado el otoño, los que aún no han hecho su agosto y cierran en temporada baja, se tornan de nuevo en mansos corderos y recuperan las buenas prácticas: bajan los precios, mejoran los menús, hacen ofertas para que regresen comerciales y obreros, ponen tapitas copiosas y todo parece regresar a la vida normal, pero solo hasta Semana Santa.
Y esto no es más que un pueblo tampoco especialmente abarrotado de peregrinos, por lo que no quiero ni imaginarme lo que sucederá en otros lugares, o en Santiago, a donde todos arriban.
Algunos, con la Covid, se han asustado ante la perspectiva de quedarse sin peregrinos, sobre todo de esos que llegan de países ricos, a los que todo les parece barato, pero no me fío. ¿Tú que crees que pasará?, ¿volveremos a las andadas?
MORALEJA (más allá del caso local)
Visto lo visto urge crear la Marca HHH (Honesto, Honrado, Hospitalario), porque hay muchos hosteleros, de todos los sectores, que centran su negocio en el Camino de Santiago y lo hacen con profesionalidad, dedicación y paciencia, que también hay que tenerla y mucha con cierto tipo de peregrinos, y de este modo demuestran su compromiso con el trabajo bien hecho y consolidan la buena imagen de su tierra. Pero del mismo modo también urge diseñar la Marca TTT (Timo/Trampa para Turigrinos), y reforzarla de forma sistemática en la red para denunciar, las veces que sean precisas, a quienes tentados por la coyuntura de la riada sin fin creen haber descubierto el filón para hacer caja cuanto antes, dispensando un mal servicio y baja calidad al ave de paso mochilera.
Lo que no acabamos de concebir, con la de información que circula hoy en día, sobre todo las críticas en las webs y redes sociales, que suelen reflejar con bastante aproximación la realidad, es que muchos sigan picando el anzuelo de los TTT, convertidos en principales agentes para desprestigiar la ruta.
Los prescriptores nunca deberíamos hablar en negativo, siempre en positivo, que decía Van Gaal, y arrinconar por omisión a los asaltadores que siempre hubo, ya lo dejó escrito el Calixtino, primando a los HHH, que suelen ser más aunque hagan menos ruido.
Por cierto, de poner el cuento en el espejo un hostelero podría inspirar otro similar, de desasosiego, sobre la clientela, su comportamiento y exigencias, perlas hay muchas en internet. Y es que la maldad o la bondad, como la ambición o las exigencias, no son patrimonio de ningún pueblo, raza, gremio o género, han sido sembradas por doquier sin hacer distingos ni miramientos.
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