La serie «3 Caminos»… ¿tan mala es?
Vengo siguiendo con mucho interés las reacciones que, en los grupos y foros del Camino, se están manifestando en relación con la ya famosa serie de Amazon, 3 Caminos, en general bastante negativas; digamos, a bote pronto, de un 75% no me gusta frente a un 25% me gusta. A ellas se suma la crítica profesional, volcada por quienes hablan de películas y series. Acaba de ser estrenada y ya hay cientos, por lo que entiendo que, al menos, indiferencia no ha provocado, sino más bien desencanto, enojo y hasta indignación. Las posiciones son mayoritariamente maximalistas: negro o blanco, 1 o 10 en Film Affinity, son los tiempos que corren…
Desde luego no es mi ánimo enmendar la plana al artículo de Míriam, que considero muy oportuno, y con el que concuerdo en ciertos aspectos, pero después de verme la primera temporada completa, esto es, los ocho primeros capítulos poseído a la vez por el espíritu Carlos Boyero, Risto Mejide y Cruella de Vil, más allá de las emociones traslado mi propio comentario no tanto sobre la serie, sino a propósito de las críticas.
Para comenzar, sobre todo en función de las apasionadas opiniones que he leído, entiendo que hay muchas personas, peregrinos de los pies a la cabeza, que aman profundamente el Camino, y que de algún modo estiman que esta serie tergiversa su realidad física e inmaterial, transgrede sus valores y hasta profana su espiritualidad, lo que en cierto modo constituye un vilipendio para quienes lo han recorrido y vivido, todo un agravio que debe de ser denunciado y combatido con energía.
En este caso, y aún a riesgo de que se me critique, me siento como Pilatos, y no tanto por lavarme las manos en el juicio, sino porque no veo la tan evidente culpa que se atribuye al reo. Puedo coincidir en que el guion no ha sido, precisamente, escrito por Billy Wilder, que las historias, pese a la profundidad aparente de los dramas personales planteados, rezuman bastante superficialidad, y por supuesto en que hay gazapos que, por cierto, también aparecen en los clásicos del cine (recuerdo, al respecto, una crítica demoledora a la película El nombre de la Rosa elaborada por un catedrático de arte medieval, y eso que su asesor era el prestigioso medievalista Jacques Le Goff). Por ejemplo, entrar al Obradoiro desde el oeste es una licencia artística para admirar de golpe la fachada mayor de la catedral, carece de trascendencia.
A propósito de quienes han destripado con inusitada saña 3 Caminos, algunos con vehemencia más propia de conversos, me gustaría traer a colación un refrán que resulta muy explícito, aquel que dice que Cada uno habla de la feria según le va en ella. O sea, que solemos hablar de las cosas en función de nuestra experiencia y conocimiento, algo, por otra parte, muy humano. De este modo, en el caso de una producción sobre el Camino, deseamos que el relato encaje en lo que nosotros hemos vivido.
Tal reacción es percibida con nitidez en los comentarios, más o menos desaforados y contundentes, de muchos de los que han escrito, también en Gronze, y que por lo común pivotan en torno a una idea: la acusación de falsedad. Para demostrarlo se manejan ideas como: -Yo he hecho el Camino, una o varias veces —argumento de autoridad—, y nunca he visto nada de lo que aparece en la serie, esos supuestos peregrinos que no salen de los resorts, esas fiestas y conciertos, esas indumentarias sin quechuas, esa falta de sudor, ampollas, cansancio, y sin ¡Buen Camino! a diestro y siniestro.
Pero que uno no lo haya visto, o no lo haya podido o querido ver, no quiere decir que no exista. ¿Acaso no hay peregrinos que se alojan en ese tipo de alojamientos de mayor precio, sean casas rurales, sean hoteles vip? Por supuesto que sí, muchos más de los que algunos podrían imaginar, con o sin la mediación de agencias de viajes más o menos especializadas.
Cuando se forman grupos con fuertes vínculos de afinidad personal, no resulta nada extraño que, en ocasiones para no estar sometidos a los horarios de los albergues y gozar de mayor libertad, se deserte si se puede de ellos e incluso que entre varios se alquile un apartamento, la oferta es inmensa, con su cocina, salón, habitaciones privadas…
En cuanto a las fiestuquis, quien las niegue en el Camino es que no sabe realmente lo que se mueve en él, y no solo, cuidado, entre la gente joven. He conocido en persona muchas situaciones festivas similares a las que se describen en la serie, y no solo en casas rurales o apartamentos para ganar en intimidad, sino en los propios albergues, pues no todos tienen ese control férreo de horarios, e incluso hay alguno en el que los propios hospitaleros son los promotores de la jarana, y el prendimiento de la chispa se incrementa por la venta de alcohol, pingüe fuente de ingresos.
Y que tras 20 km de caminata, como dice algún ingenuo comentarista, es una quimera que aún se pueda tener ganas de fiesta o de sexo, simplemente me parto. A algunos el ejercicio físico, lejos de depositarlos en la litera agotados y derrotados, los sobre estimula, y en el Camino se superan muchos límites de resistencia, ya que en ocasiones genera un estado de euforia y, como dirían los sureños, de extraordinario poderío.
¿Ropa inapropiada? Pues aseguro que en el Camino he visto de todo: a peregrinos con pantalones vaqueros, también cortos y ajustados entre adolescentes y tardo adolescentes que van a lo que van, con pellizas de borrego, modelitos de pasarela y hasta con chaqueta de calle, hay de todo en la viña del señor, y en la serie tampoco ha sido desmesurado, pues nadie aparece vestido con ropa de Ágata Ruíz de la Prada.
En realidad hay muchos caminos, casi uno por cada persona, y están ahí por mucho que queramos negar la mayor.
Dado que todo lo malo ya ha sido comentado con lujo de detalles, me gustaría detenerme en lo bueno. Recordemos en primer lugar que con The Way (la estructura de una película, más sintética y redonda por la duración, difiere de la intrínseca de las series), también hubo campaña de ataques a Emilio Estévez, su director, y las brigadas de la moderna Inquisición jacobea, hiper activas en las redes por creerse en posesión de la verdad, lo crucificaron por sus meteduras de pata, improcedente folclorismo, topicazos a go go, planteamientos simplistas o chabacanos y, en suma, manifiesto desconocimiento de la «realidad del Camino», exactamente lo mismo que ahora.
Sin embargo, The Way estaba escrito y concebido para un mercado que no era el nuestro (EE.UU. y el mundo anglosajón), y su historia era profunda, no leve, y versaba sobre la reflexión personal y el cambio de vida a través del aprendizaje, y sobre la demolición de los prejuicios y estereotipos a propósito de la peregrinación. 3 Caminos, sin ser una obra de arte, en esto estamos de acuerdo, plantea una aproximación respetuosa y en consonancia con algunos de los «valores» del Camino, y sus protagonistas no son consumidores de humo ni, atención, de los 100 últimos kilómetros a toda prisa (55% en la estadística), sino personas con sus problemas que buscan algo, y que durante la marcha ponen en tela de juicio su existencia.
La alambicada historia de los cinco peregrinos amigos, ya que en el formato de la serie todo se estira como el chicle, a veces hasta la extenuación, en cierto modo ha pretendido tomar el relevo de The Way al plantear como eje discursivo la capacidad transformadora que tiene el Camino, pero no desde una experiencia única, sino a través del tiempo (pronto trataremos aquí, precisamente, la cuestión de los «repetidores»). Surgen así consideraciones, explícitas o implícitas, sobre el determinismo de la personalidad, el fracaso profesional, el dolor, la muerte, la espiritualidad (quizá lo menos considerado, acaso porque a los patrocinadores les importa un bledo este aspecto) y, sobre todo, sobre el valor de la amistad para sobrellevar los palos morrocotudos que nos da la vida.
Es cierto que el Camino, por momentos, tan solo es un escenario para relatar una historia que podría ocurrir en cualquier lugar, y que capítulo a capítulo tenemos la sensación de acabarnos sumergiendo en una telenovela o culebrón sudamericano o, ahora habría que decir, turco, todos herederos de los folletones decimonónicos que en el pasado causaban furor y eran repartidos, como ahora ocurre con las interminables y cansinas series, por entregas.
En cuanto a la crítica profesional, cocinada en ese nuevo mundo de los fagocitadores de series que el Covid ha hecho medrar en grado sumo, el argumentario descalificador es el siguiente: liviana, lenta, vacua, anodina, soporífera, va de más a menos, no engancha, se queda en la postal turística y en el spot dirigido a satisfacer a los patrocinadores, cae en el buenismo y lo lacrimógeno,…; tan solo salvan cuestiones técnicas como la fotografía, los planos y alguna interpretación.
A los «seriófilos» no les podemos hablar del Camino, porque casi todos lo desconocen, y por lo tanto al ver 3 Caminos no conectan, a través de las imágenes y los personajes, con evocaciones entrañables. Es por ello que, quizá, tengan razón si su análisis se basa estrictamente en criterios cinematográficos, ya que la serie se limita a cubrir el expediente sin genialidad, y sin sacarle partido a un relato que podría dar bastante más de sí.
Para concluir, me ha extrañado sobremanera como hemos normalizado, pese a que de los cinco protagonistas tres hablan lenguas latinas, que el inglés deba ser, sin reparos, la lengua franca del Camino. Me recuerda aquel chiste de una sala llena de público, en la que destaca sobremanera la presencia de un oriental con cara de despistado, y entonces el conferenciante dice: por respeto a las minorías voy a dar la charla en inglés. Posiblemente todo responde a una derrota inconsciente de nuestra cultura en aras de un pragmatismo que, en realidad, oculta la colonización impuesta por el Mercado. Y hemos de reconocer que dominar el inglés (atención, digo dominar, no manejarse más o menos para poder comunicarse), es una herramienta que le abre a nuestros jóvenes muchas más puertas que la Cultura, y la prueba está en los bajísimos índices de paro de la «generación más preparada y viajada de la historia».
¿Alguien se imagina grabar en Francia una película sobre el Camino, o sobre el vino de Burdeos, en la que todos los franceses, incluidos pastores y camioneros, dialogasen en perfecto inglés? Es probable que el virus ya esté inoculado en nosotros, pues ahora cada vez que se comenta una serie o película, se haga o no en streaming, y aunque no sea policiaca, haya que jurar a priori que no se va a hacer spoiler. Al respecto de esto último, por lo visto, si «adelantamos acontecimientos» (hermosa expresión) y decimos que dos de los peregrinos se casan, o que otro se muere de ELA, ya nos hemos cargado la serie del mismo modo que si anunciáramos que el Titanic se va a hundir o, si vas a visitar el Louvre, que la Gioconda sonríe.
Acaso no todo en este mundo pasa por la sorpresa continua y el entretenimiento pueril que nos ofrece, y ya no solo como consuelo, sino más bien como plan de vida (recomiendo la lectura de Happycracia, de Eva Illouz y Edgar Cabanas), el sistema.
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