Compostela y el incivismo: la «cara B» del Camino de Santiago
En estos últimos tiempos han aparecido en televisión noticias y reportajes sobre determinados comportamientos incívicos de peregrinos —tal vez sería mejor hablar de usuarios— del Camino de Santiago, más concretamente en los tramos finales de la ruta y tras llegar a la ciudad de Compostela: borracheras y juergas nocturnas, cánticos, charangas y tambores que despiertan a los vecinos, pintadas y merendolas en la plaza del Obradoiro sin molestarse a recoger la basura, algún imbécil trepando por la fachada de la catedral… Es la cara B del Camino, fenómeno caleidoscópico que ha convertido Santiago en la meca de más de 500.000 visitantes al año, con un crecimiento exponencial respecto a anteriores décadas. Pero no todos los residentes lo ven como un éxito, sino todo lo contrario, y a muchos les ha cambiado la vida.
No se trata solo de grafittis en mojones y árboles, gente orinando en las calles o la ancestral picaresca de flechas que nos desvían hacia determinados bares y restaurantes. La visión más gore la han dado, probablemente, los periodistas de Equipo de Investigación de La Sexta y a3player, instantánea que se podría completar con otros sucesos lamentables que de tanto en cuando saltan a la prensa, como robos en albergues, agresiones a hospitaleros o exhibicionistas que intimidan a peregrinas, delitos que por suerte son puntuales y que deben ser denunciados inmediatamente a la policía. ¿Mienten o inventan estos periodistas en sus reportajes? No. ¿Han tergiversado sucesos y situaciones que se repiten casi a diario? Rotundamente no. ¿Ofrecen estos medios una visión parcial —y por tanto sesgada— de la realidad? Ahí podríamos discutir. Vamos por partes:
¿Estos comportamientos incívicos son generalizados en cualquier época y en cualquier lugar del Camino? No; todo va en función de la afluencia: las situaciones conflictivas aumentan a medida que nos acercamos a Compostela (algo tendrá que ver el efecto llamada de los 100 últimos kilómetros) y se dan casi siempre durante la temporada alta. No se conocen altercados en ningún camino minoritario, donde la tipología de peregrinos es muy diferente. También se dieron situaciones de tensión hace varios veranos en otras ciudades turísticas como San Sebastián o Zarautz (Camino del Norte) ante la presencia de falsos peregrinos que pretendían utilizar los albergues de la Asociación, y que llegaban a presentarse —por increíble que parezca— con su propia tabla de surf bajo el brazo.
En los reportajes se retrata a estos peregrinos maleducados e incívicos: ¿Es un problema de los grupos, o sucede también con los que viajan solos o con su pareja? Según nos explican, la mayoría de las quejas se refieren a grupos grandes. ¿Suelen cantar y dar bulla los peregrinos repetidores? En absoluto. ¿Y los de largo recorrido, aquellos que llevan 500, 800 o 1.200 kilómetros a sus espaldas? Para nada, todo indica que son los más comedidos y respetuosos. ¿El jolgorio se acentúa en colectivos de jóvenes? A menudo sí; cabe recordar que estos grupos de menores, estudiantes o adolescentes recorren rutas «mínimas» y suelen ir acompañados por sus maestros, tutores y/o responsables, que según se deduce de las imágenes son quienes fomentan el bullicio…; ya les vale. Para colmo, algunos llevan banderas, megáfonos y hasta equipos de sonido con canciones a todo trapo… cuando todavía son las 7 de la mañana.
¿Vivir en el casco histórico de Santiago se está convirtiendo en algo heroico? Eso parece, como también sucede en Barcelona, Madrid, Sevilla, Lisboa o Firenze. En todas estas ciudades la proliferación de hoteles y pisos turísticos, el aumento de los alquileres y la desaparición del comercio tradicional está expulsando a los residentes del centro, convertido ahora en un parque temático para turistas con cierto poder adquisitivo, que vienen a pasar dos o tres días de relax o de desenfreno. Es un fenómeno con evidentes ramificaciones inmobiliarias, buen negocio para mafias que, una vez que descubren la potencialidad de un destino turístico, llegan a utilizar procedimientos sibilinos para rentabilizar al máximo su inversión: además del conocido mobbing inmobiliario, son expertos en estrategias a medio plazo, propiciando la degradación del entorno para acabar adquiriendo pisos o edificios enteros a precio de saldo.
Viajeros, turigrinos y turistas
Antaño el término viajero se aplicaba a aquellos que se desplazaban en solitario para conocer lugares más o menos alejados, generalmente por puro placer y con el deseo de impregnarse de la cultura local; ser viajero estaba asociado a una filosofía de vida y a cierta heroicidad. El reciente fenómeno de globalización del turismo, con vuelos low cost y una lista de destinos con encanto que, ya sea un año u otro, es imprescindible visitar, ha supuesto un cambio radical en la concepción del viaje. En España uno de esos destinos turísticos de moda es ir a hacer —me horripila esta expresión— el Camino de Santiago, reducido a un paquete de cinco días apto para todos los públicos. El término turigrino, acuñado hace una década para referirse (con tono peyorativo) a aquellos turistas que recorren el camino, se queda corto ante la avalancha de turistas de agencia que cada día bajan del autocar con sus flamantes bastones de senderismo para realizar una selección de tramos, ninguno más allá de uno o dos kilómetros, donde el resto de los caminantes pasamos a ser elementos de attrezzo, meros figurantes en esta Disney World compostelana, y que con suerte apareceremos al fondo del escenario en alguna de las fotos que subirán, emocionados, a su cuenta de Instagram.
Dicho sea de paso, no toda la oferta turística jacobea se limita a paquetes económicos de Sarria a Santiago; según se explica en alguno de los reportajes, hay agencias especializadas con clientela anglosajona que cobran 7.000 u 8.000 euros por 25 o 30 días de ruta guiada, con microbús de apoyo y pernoctando en hoteles y casas rurales de lujo, con piscina, spa y masajes, a cuerpo de rey. Si esto no es un Camino hecho a medida, venga Santiago y lo vea.
A estas alturas, ¿tiene sentido hablar de peregrinos buenos y peregrinos malos? No me atrevo a responder, por lo cual reformulo la pregunta: En la Edad Media, cuando todavía no se había inventado el turismo, ni los teléfonos móviles, ni los botellones, ¿eran buenos todos los peregrinos? ¡Por supuesto que no! Tenemos constancia de que el Camino medieval era terreno abonado para pícaros y aprovechados bajo una falsa apariencia de peregrinos: tahúres, prostitutas, rufianes, estafadores, rateros… Ello también sería aplicable a algunos lugareños: mesoneros que aguaban el vino, curas libertinos, barqueros que cobraban cantidades abusivas por atravesar ríos… Recordemos la variada tipología de los peregrinos de la época, desde el que salía de su pueblo o su convento por primera vez, ya fuese por devoción o en busca de una vida mejor, el reo que caminaba al objeto de redimir pena, el que lo hacía in vicarie pro (a menudo cobrando), obispos, nobles o monarcas con sus séquitos de acompañantes, así como los numerosos burgueses venidos por mar desde Escandinavia, Países Bajos o las islas británicas, que una vez en los puertos de Ribadeo o de A Coruña continuaban en carro o caballerizas para, en apenas dos semanas, visitar la tumba del Apóstol y volver a casa, en una especie de paquete turístico de los siglos XIII o XIV.
Es indudable que, tanto en la Edad Media como hoy en día (y tanto en Compostela como en cualquier rincón del Camino) había, hay y habrá una mayoría de peregrinos, hospitaleros y vecinos bondadosos, otros que van a la suya, sin molestar a los demás, y unos pocos individuos con escasos escrúpulos y aún menor educación, que no representan a la totalidad del gremio de caminantes, de hoteleros ni de mesoneros.
Las crónicas de algunos periodistas y de ciertos programas televisivos de gran audiencia han puesto el foco exclusivamente sobre los comportamientos negativos, las situaciones más cafres, obviando que estas son, por ahora, minoritarias… Pero pongámonos en el polo opuesto: ¿son creíbles esas innumerables narraciones edulcoradas que idealizan el Camino, como si fuese una isla de buenismo? ¿Es todo happy en la ruta jacobea? Resulta evidente que no: el Camino de Santiago nos entrena para superar las adversidades de la vida, mucho mejor que cualquier libro de autoayuda, y saca a relucir las cualidades y defectos de las personas, ya sea para bien o para mal; algunos lo consideran una terapia, una forma de poner en forma nuestro cuerpo y nuestra mente. Limitarnos a dicha visión idealizada, exclusivamente positiva, ¿no sería también un reflejo parcial de la realidad?
Caminar con respeto
¿Está cambiando el modelo tradicional de peregrino? Por supuesto: no es el mismo que hace 10, 20 o 30 años, y mucho menos que ocho o nueve siglos atrás. Hoy los caminantes —y ya no hablemos los ciclistas— nos informamos previamente, nos equipamos, planeamos la ruta, consultamos foros y guías antes de arrancar, utilizamos webs y apps; el objetivo ya no sería tanto la aventura en sí, sino poder disfrutar de una experiencia gratificante y placentera. Pero nuestra esencia, nuestra actitud —y creo compartirlo con la inmensa mayoría de los lectores, foreros y usuarios de Gronze— debe seguir siendo caminar con respeto: respeto al entorno y a sus gentes, respeto a la cultura y tradiciones de cada uno de los lugares por donde pasamos; respeto a este conjunto de rutas milenarias y a quienes se esfuerzan por mantenerlas vivas, y respeto al resto de los compañeros, sin importar su origen ni su condición. Por eso, como peregrinos, viajeros o turigrinos concienciados que somos (no hago distinciones), nos sentimos agredidos en lo más íntimo cuando otros usuarios del Camino actúan sin educación, faltando al respeto que merecen las personas, los pueblos y sus monumentos o dañando los servicios y equipamientos de que disponemos, hechos lamentables que solo pueden provocar vergüenza ajena y la más firme repulsa.
En todo caso, los periodistas de La Sexta han realizado su trabajo —con mayor o menor acierto— y sería necesario que la administración se apresure a tomar medidas contra los comportamientos incívicos que denuncian en sus reportajes. Porque, de no hacerlo, pronto los ciudadanos de Compostela acabarán estigmatizando a todos los peregrinos, sin distinguir entre buenos y malos, en una reacción de turismofobia, fenómeno al alza en muchos lugares del mundo. Eso si antes no se ven obligados a abandonar su propia ciudad, que se convertiría en una Venecia más, un decorado bello pero sin vida, otro «destino con encanto, ideal para un fin de semana».
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