El sepulcro de Galicia
Cuando los amigos peregrinos comenzaron a enviarnos las imágenes no nos lo podíamos creer. El marco de entrada en Galicia por el Camino Francés, poco antes de llegar a O Cebreiro, había sido convertido en una suerte de tumba, ¡la tumba de Galicia!
En un primer momento, biempensantes que somos, creímos contemplar una especie de intervención artística con una oculta carga simbólica. Dado que los marcos, desde los tiempos de los miliarios, no van provistos de plataformas en su base, sino hincados sobre la tierra al borde de los caminos, acaso aquí algún artista, y por ventura con carácter efímero, con alguna subvención de la Comisión Intercomunitaria para el Sustento de los Genios sin Currelo, había concebido esa propuesta tan provocadora y más propia de Arco: la defunción de Galicia, placa relativamente plana, con las losas ante ella para visibilizar la representación. Al menos daría que pensar…
Pronto, sin embargo, caímos en la fatídica circunstancia de que estamos en año santo, se nos había pasado, y que las «genialidades» se deben más bien a otro tipo de «artistas», aquellos a los que les han dado un carguito en la administración, sea la que sea, y cierto margen de maniobra para que aflore su estulticia. Y el cafre de turno, que sin duda no ha pisado en su puñetera vida el Camino de Santiago, pero quiere contribuir al confort de lo que él entiende por peregrinos, se le ha ocurrido tan brillante solución.
Porque tras mucho cavilar, estamos persuadidos de que la plataforma que en un principio confundimos con un sepulcro, no es otra cosa que un espacio-selfie. O sea, que como todo quisque se hace la foto de rigor al entrar en Galicia, otro gran logro sumado a las docenas de ellos que se consiguen cada día ante los nombres de todos y cada uno de los pueblos, para enviar ipso facto a la parroquia como quien pasa el tocino por los hocicos de quienes no pueden degustarlo, pues el cateto gestor de la cosa pública, con dinerito a cuenta de los fastos del Xacobeo, pergeñó esta mini-ágora para que los peregrinitos delicados no se mojen sus zapatos con el rocío mañanero que empapa los hierbajos crecidos en torno al marco.
Por otra parte, cuando venga el poncio de turno, jefecillo de cualquier rango, a hacerse la foto ante el marco, tampoco se ensuciará los mocasines.
Al responsable de tamaño despropósito, una vez identificado, además de picar el plató que ha creado en medio del monte con la bola de hierro atada a su cadena en el pie izquierdo, lo mandábamos por nuestra parte a Bélgica, con el Puigde, para que allí un tribunal flamenco le impusiese una peregrinación expiatoria y multi kilométrica a la antigua usanza, para que aprenda a no profanar, aunque sea con pequeñas cagadas, el Camino.
Sin embargo no ocurrirá nada, pasará el tiempo y sobre el túmulo se acumulará el olvido, y tal vez dentro de 800 años un tal Pelagius, llegado de Andrómeda, descubrirá bajo varios estratos de desperdicios los huesos de Santa Paciencia (ora pro nobis).
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