Peregrinos con maletas: Los nuevos tiempos
Tras departir estos días con algunos hospitaleros del Camino, han surgido dos problemáticas que están suscitando diversidad de reacciones en los albergues. Son cuestiones que vienen ya de atrás, pero la noticia está en que ambas, ahora diremos cuáles, están experimentado un notable incremento. De buenas a primeras nuestro comentario fue un tanto fatalista: resignación, son los tiempos que corren, qué le vamos a hacer, no se puede con la deriva turística del Camino, tendremos que emigrar a itinerarios menos transitados o, como Sanzzi, al invierno. No obstante, y bien pensado, claro que hay posibilidad de resistencia, una capacidad que no solo pasa por la pedagogía, que solo dará frutos a medio o largo plazo, sino por fijar normas, ya mismo, para regular la acogida.
Los problemas de los que hablamos son: 1. la proliferación de maletas y maletones, en lugar o como complemento de las mochilas, entre el equipaje de los supuestos peregrinos; y 2. la exigencia, cada vez por parte de un mayor número de usuarios, de la ropa de cama completa, alegando como principal motivo que pasan olímpicamente de cargar el saco de dormir.
Cuando alguien se enfrenta a los nuevos tiempos, que en cierto imaginario se equiparan a modernidad, y ésta a progreso, automáticamente puede ser catalogado como retrógrado o reaccionario, y en el mundillo del Camino quizá como «purista», ese calificativo al que tanto recurren algunos para definir a la vieja guardia de las asociaciones, a los peregrinos veteranos o a aquellos que, simplemente, entendemos la peregrinación de un modo tradicional, aquel que precisamente lo diferencia del turismo.
Los beneficiarios de las nuevas modalidades de peregrinación más próximas al turismo, que son muchos y de diversos campos, tanto en la economía como en la política, suelen despacharnos, a los que combatimos estas extravagancias, como nostálgicos. Con un tono paternalista y sobrado, y siempre dispuestos a darnos unas palmaditas de consuelo en la espalda, nos espetan que no entendemos o, peor todavía, no queremos entender, que las cosas están en constante evolución, y que el Camino que nosotros conocimos, o soñamos que algún día vivimos, ya no existe. Pero bajo tal repertorio de falsas seguridades, edulcoradas con sofismas, lo que se oculta es esa concepción neoliberal del mundo disfrazada de un fraudulento halo de libertad: la cantinela de que cada uno elige su Camino, de que toda forma de peregrinar es válida, que nadie debe juzgar a los demás, y otros tantos eslóganes aprendidos en los mass media como el vive y deja vivir y gaitas similares, convertidos en muletillas del pensamiento débil.
A la panoplia argumental genérica, se suma la pragmática de los usuarios, que hablan con mucha claridad y defienden a capa y espada, negándose a dar su brazo a torcer, sus convicciones:
- Asunto primero: ¿Y por qué voy a renunciar, aunque haga el Camino, a llevar ropa para cambiarme por la tarde y sentirme a gusto mientras paseo, visito un lugar o me tomo unas cañas? A mí no me importa que tú sigas con tu ropa deportiva, a veces técnica y carísima, ¿por qué tienes que juzgar mi indumentaria o la cantidad de ropa que muevo de etapa en etapa? Además, ¿acaso hemos venido al Camino a sufrir y a estar como cerdos, con ropa mal lavada y cutre todo el día? Yo soy peregrino por la mañana, y por la tarde un viajero, ¿pasa algo?. Y además, tanto tiene transportar una mochila como una maleta, se paga lo mismo por el servicio, así que el formato poco importa, ya que la furgoneta también va llena de mochilas. ¡Menos hipocresía, por favor! Por último, si a ti te sobra todo será porque eres masoquista, o un ermitaño, o porque has hecho voto de pobreza (me da la risa), pero yo necesito mis cosas, mi confort, por encima de todas las cosas mi ropa, el secador de pelo, los potingues, mi portátil, mi osito (esto lo dice Mr. Bean), mi… lo que cada uno quiera añadir hasta llenar un baúl.
- Asunto segundo: Pues hay que ser un poco tonto, digamos que gilipollas perdido, para andar cargando ese objeto inútil llamado saco de dormir. Bien que los avances técnicos han reducido su peso sin que hayan perdido prestaciones en el logro de una buena sensación térmica y el confort, pero, incluso así ¿para qué? Ni siquiera el saco-sábana, aunque liviano qué porquería. No señor, yo no soy tonto, que inventen y que laven ellos. Hoy en día todos los albergues tienen la obligación de darnos las sábanas, aunque nos cobren un pequeño suplemento, y así cargaremos menos peso, o el mismo pero con cosas realmente necesarias (otra vez la ropa). ¡Por lo tanto, se ha acabado la era de los sacos de dormir, complementos que pertenecen al Paleolítico del Camino, ya nos podemos pasar a la mochila de 30 litros!
Pues bien, tanto una cuestión como otra no hacen más que reflejar el sino de los tiempos, y el progresivo contagio del turismo en el ámbito de la peregrinación. Los albergues, pese a ser albergues y no pensiones, ni hoteles, ni casas rurales, ni apartamentos, ni viviendas turísticas, por citar las tipologías más conocidas de las categorías de alojamientos reglados, a los que sumar el tropel de pisos reconvertidos que ahora se ofrecen en todas las plataformas de gestión, se están viendo presionados, pese al bajo coste y escaso margen de beneficio que obtienen, a ofertar prestaciones cada vez mayores.
Lo paradójico del asunto es que no solo se exigen estos servicios en los albergues turísticos. Éstos tienen la obligación de ofrecer, por ejemplo, la ropa de cama a los clientes que la soliciten, sea en formato de sábanas desechables (algún día habrá que hablar sobre lo insostenible de este formato, que al igual que las pajitas o recipientes plásticos de un solo uso debería estar prohibido) o de tela lavadas, planchadas y enfundadas, incluidas en el precio (de ahí que se estén disparando las tarifas) o con un coste extra. Asimismo, dichos albergues asumen la recepción de maletas, ya que el negocio es el negocio, y cada palo que aguante su vela. Lo verdaderamente irritante es que también se están comenzando a exigir, y no solo a pedirlas por favor, en los albergues de acogida tradicional, entre ellos unos cuantos de donativo.
La reacción no se ha hecho esperar, y algunos albergues de acogida tradicional, que suelen contar con hospitaleros voluntarios, entre los que aún aceptan recoger equipajes trasladados se están comenzando a plantar y a rechazar las maletas y maletones. Este tipo de equipaje, desde luego, nada tiene que ver con la austeridad del Camino ni con el espíritu de peregrinación, ni siquiera con el senderismo, y sí más con esas películas de los exploradores británicos, por la África profunda, que no estaban dispuestos a renunciar a su taza de té con pastas a las five o’clock, ni al impoluto ropero de prendas blancas que les cargaban los porteadores, los cuales solían salir por patas, tirando la carga por el barranco, cuando llegaban los Gaboni.
Por supuesto que apoyamos a los albergues que se plantan, y que ya en su web, o a la hora de la reserva, van expresando muy clarito que «en este albergue es de uso obligatorio el saco de dormir», adenda en Francia y España cada vez más habitual, y que también añaden que, salvo casos justificados (incapacidad física, enfermedad, lesión…), «no se aceptarán equipajes llegados a la puerta por servicios de transporte», y mucho menos, desde luego, maletas y maletones.
La misma libertad que tienen estos peregrinos del Nuevo Amanecer para elegir la forma de hacer su Camino, la tienen ciertos albergues para establecer sus normas de uso, todos muy libres y contentos. Por lo tanto, si lo que pretenden los primeros es hacer el Camino a su manera, también pueden los receptores, a la suya, preservar su cosmovisión de la ruta y su estilo de acogida. Quien busque en los albergues prestaciones de hotel tiene una fácil solución: que se vaya directamente a un hotel, remedio infalible.
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