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Camino de Santiago: 5 motivos por los que ya no recojo la Compostela
Ante la acuciante preocupación sobre los cambios en los requisitos para obtener la Compostela, quienes hace años que dejamos de recogerla asistimos entre incrédulos, desalentados y hastiados al enésimo espectáculo en el que hemos convertido, como sociedad, los últimos vestigios de cordura ancestral que aún nos quedan. Y como una búsqueda sencilla en Google no parece aportar respuestas a tal dilema existencial ―«¿Recoger o no recoger la Compostela?»―, nos animamos a arrojar aquí algo de luz sobre el tema para consuelo de quienes sufren del mismo mal. (Nota: Ve directamente al motivo número 5 si crees que Google es cosa de viejos y se lo vas a preguntar a una IA).
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[ATENCIÓN, SPOILER] La respuesta, ya lo adelantamos, es que no la hay. Porque el Camino, precisamente, va de eso: de que cada uno encuentre la suya según sus valores y su experiencia. Sí existen, sin embargo, algunas certezas que en el fondo, en nuestra sabiduría interna, todos compartimos, a pesar de lo empañadas que puedan quedar por una ya endémica superficialidad.
1. Ya no recojo la Compostela porque solo necesité la primera
Hace años ya de mi primer Camino, que fue de ida y —meses más tarde— de vuelta (no sé si puede hacerse de otra manera, pero ese sería otro tema), y con el tiempo solo me puedo reafirmar en que Camino de verdad no hay más que uno: generalmente, el primero, y, sí o sí, en soledad. Por muy bien que te lleves con tus amigos o familiares o tu pareja, el Camino de Santiago es un camino interno, el del proceso de individuación, y requiere sobre todo atención, silencio y presencia. Necesita tiempo para acallar el ruido en el que vivimos inmersos, apertura a otras miradas y universos, espacios en los que volver a jugar con el asombro y la curiosidad. Por eso el Camino, con mayúscula, es de largo recorrido. Debe serlo. Por eso el Camino, completo, tiene todo el sentido, incluida la Meseta. También lo tendrá después, todas las veces que «vuelvas». Pero si ya has recorrido el Camino, tu Camino, es probable que no necesites más Compostelas (otra cosa es que las quieras).
2. Ya no recojo la Compostela porque tengo la Credencial
La Credencial, ese pasaporte terrenal al reino de los cielos, nos identifica como peregrinos y nos abre puertas, por lo que es difícil recorrer el Camino sin ella. Pero sobre todo nos recuerda lugares y encuentros que nos dejaron huella. La Credencial es un álbum de experiencias que no caben en fotos ni letras. Los sellos, como las flechas, nunca vuelven a ser lo mismo después de la ruta jacobea: se convierten en signos de un lenguaje trascendental. La emoción de ver una flecha cualquiera y que te transporte al Camino es algo que jamás sentirán quienes compran sellada la Credencial para obtener la Compostela (¿puede haber una estupidez igual?), quienes la venden sellada («para completar, sin datos ni fechas») ni quienes, si no hay Compostela de premio, no van.
3. Ya no recojo la Compostela porque se ha vuelto un papelito más
… Y, como entusiastas de la burocracia que somos, creemos que tiene alguna utilidad. Si estás leyendo esto y aún no eres peregrino/a, siento decepcionarte: la Compostela son los padres. Vale, sí existe, pero no te engañes: no sirve para el currículum, ni para pedir becas, ni sube nota en un examen. No te convalida Latín. Tampoco por tenerla vas a vivir más tiempo, ni más en paz o más feliz, ni puedes desgravártela de los impuestos. No te da derecho (salvo a algunos descuentos) a nada nuevo; menos aún a entrar en el cielo. No ayuda (creo) a ligar, ni te hace más guapo (ni más feo). Como mucho sirve para hacer postureo, o la puedes enmarcar. Total, que si realmente la quieres, que sea por el valor que le das, porque otro no tiene. Y lleva tu nombre y tus apellidos, así que tampoco vas a venderla. Básicamente, porque hoy puede conseguirla cualquiera al módico precio de 100 kilómetros (200 en bicicleta). Es más: si te esperas un poco, acabarán regalándola con algún periódico (o con el ¡Hola! o el Pronto) mandando cupones de tu Camino virtual, otorgada por el Cabildo de Google ¡y sin moverte del sofá!
4. Ya no recojo la Compostela por no engrosar un récord demencial
Porque nos hemos vuelto locos y ya nada escapa al récord por el récord, al todo por las cifras, a vender a cualquier precio aunque sea insostenible. Ni siquiera el Camino, que además de experiencia trascendental para el bienestar individual y colectivo es patrimonio mundial protegido; algo que a sus custodios públicos no parece importarles más que alcanzar el medio millón de Compostelas para tener una cifra que cacarear como desaforado reclamo turístico. Si bien es cierto que las estadísticas de la Oficina del Peregrino son un indicador muy valioso sobre la salud, en general, del Camino, urge encontrar un equilibrio entre seguir exprimiendo a la gallina (la de los huevos de oro) y preservar un Camino «con sentido y pleno», pues no hay otro: todo lo demás son inventos al servicio del consumismo.
5. Ya no recojo la Compostela porque no me sale de la vieira
Así que podría ahorrarme los cuatro primeros motivos y hasta este artículo. Porque a eso se va uno al Camino, aunque al principio no lo acabe de sospechar: a encontrarse, como suele decirse; a revelarse y a rebelarse; a reconocer su grado de borreguismo (lo tenemos todos) y a preguntarse hasta qué punto se siente cómodo con él, o más bien en paz. Porque al Camino se va uno a pensar por sí mismo (o a aprenderlo, o a intentarlo al menos), no «porque está de moda y hay que hacerlo» y para dar fe de ello, como no lo ha vivido, persigue la Compostela cual zanahoria, y la abandera cual título. Y porque ya está bien de frivolidad, falta de respeto y sensibilidad, influencers y mercenarios varios del algoritmo y la vanidad. Podéis comeros entero este mundo podrido, pero el Camino es de los Peregrinos. Menos Compostelas y más caminar.
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