El nuevo albergue de Roncesvalles
Roncesvalles no es un pueblo, Roncesvalles es un mito. Y el albergue de Roncesvalles nunca es sólo un albergue, siempre es mucho más que un albergue.
Aprovechando una breve escapada para acompañar a unos amigos al Camino, pude disfrutar del nuevo albergue de Roncesvalles, inaugurado hace un par de meses. Se encuentra en el ala noreste de la Colegiata, en un gran edificio que se levantó en el siglo XVIII precisamente como hospital de peregrinos; así pues, vuelve a su función original.
El albergue es extraordinario (excelente rehabilitación del edificio), y pasa a ser sin duda uno de los mejores de todo el Camino. Recuerda mucho al albergue municipal de Burgos. Las instalaciones son bonitas, amplias y funcionales, no le falta de nada, y cabe destacar la gran cocina de acero inoxidable y completamente equipada. En la primera y segunda planta hay dos dormitorios de 72 plazas cada uno, con cubículos que agrupan dos literas. En la bajocubierta hay otra habitación con 39 camas. En total 183 plazas, perfectamente numeradas y ordenadas. Cada una con un armario con llave. El precio ha pasado de los 6 a los 10 euros... un dato nada menor.
Roncesvalles necesitaba un albergue de gran capacidad, de eso no hay ninguna duda. Y cuando éste se llena, aún se abre el antiguo, el de Itzandegia, al menos por ahora. Pero los tiempos son los que son, afortunadamente ya no estamos en la Edad Media, y los albergues se construyen con todas las comodidades.
Aun así, y seguramente porque empiezo a hacerme viejo, mi sentimiento fue agridulce. No sé si me explicaré bien, pero tuve la sensación de que ahora dormir en Roncesvalles será como dormir en cualquier otro albergue del Camino, que se reducirá a una cuestión funcional, necesaria, casi burocrática. En cambio, el albergue antiguo, ese vetusto edificio gótico del siglo XIII llamado Itzandegia, alto, pétreo, de techo arqueado, predisponía con su atmósfera medieval al despertar del alma latente de peregrino, a empezar a tomar conciencia de la aventura en la que nos habíamos embarcado. Allí dentro nadie dudaba de dónde estábamos; en Roncesvalles.
A las 10 en punto, cada uno en su litera y dentro del saco, se apagaban las luces. En la oscuridad, en el silencio, todos sabíamos que nadie dormía aun. ¿Cuántos sueños se incubaron en esos minutos, en esas horas, antes de que el sueño nos venciera?
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