Camino Francés (artículo III de IV): Deficiencias, timos, falta de profesionalidad, tramos peligrosos...
El año santo ya no significa gran cosa para el Camino, salvo abarrotes propiciados por agrupaciones, colegios y parroquias que acuden a ganar el jubileo, y bajada significativa de peregrinos extranjeros y de largo recorrido, espantados por el ruido. No obstante, y dado que la mayoría de las administraciones siguen, por inercia, activándose cada vez que el 25 de julio cae en domingo, convendría que tuvieran en cuenta algunas deficiencias detectadas en estas últimas etapas del Camino Francés, todo ello reconociendo que en algunos aspectos se ha mejorado sensiblemente, tales los de la señalización, infraestructura viaria, apertura de iglesias y monumentos o acogida.
Para quien busca la “excelencia” y la “sustentabilidad”, y todas las administraciones implicadas jurarán que son dos de sus objetivos principales, después de 30 años de Camino Francés no vale dormirse en los laureles, y todos tendríamos que aspirar a hilar más fino, a la vez que situamos a los peregrinos en el centro de las actuaciones. Pongamos algunos ejemplos:
Siguen dando gato por res
No de forma tan cruenta como lo expresa el viejo refrán, que para algo vivimos en un país occidental con ciertas normas y controles sanitarios, y que sepamos nadie ha detectado “gato callejero” en menú alguno, pero la picaresca, fruto de una desmedida codicia, sigue campando a sus anchas, enquistada en el quehacer cotidiano de muchos hosteleros sin que la administración, siempre escasa de medios para hacer cumplir sus leyes, haga gran cosa por evitarlo. Al respecto sugerimos un remedio que ya se había puesto en práctica en Galicia hace un lustro: que los inspectores se vistan de peregrinos como hizo aquel ministro checo que se camufló, como turista british, para conocer en primera persona los timos a que los guiris eran sometidos por los voraces taxistas de la capital.
Entre los abusos más frecuentes, el más cutre y difundido es el de tratar de modo diferente a propios y extraños, y en el capítulo de los extraños no sólo están los que hablan otra lengua y tienen cara de despistados, sino todo aquel peregrino que no sea del pueblo. Entre otros detalles no se nos pone tapa con la consumición allí donde es costumbre (total para qué, no van a volver), no se nos da el ticket de compra como es preceptivo, o se nos cobra un poco más, tendiendo al redondeo (cerveza y refrescos a 2 € en bares de pueblo), y así, céntimo a céntimo, se va incrementando la pequeña fortuna del avaro molieriano o, más bien, del Manolito mafaldiano de turno.
Creemos que ya es hora de que los peregrinos nos defendamos de esta caterva de sinvergüenzas, porque tenemos herramientas para ello, y no basta con buscar consuelo rápido en la pataleta del fb o el ws, sino que de forma metódica es preciso desenmascararlos a través de plataformas como Google, Tripadvisor o Booking, para que sus tretas, y consecuente valoración, sean conocidas urbi et orbi.
En bares y restaurantes recomendamos asimismo desconfiar de quien no tenga los precios claramente indicados en pizarras o cartas, y conviene preguntar antes, sin temor a que nos consideren rácanos, lo que nos va a costar el servicio. Los incrementos de precio en terraza también deben figurar escritos, así como otras “menudencias” como si las raciones incluyen pan o se cobra aparte, y en los menús si están incluidos el postre, café o bebida. En casos graves procede presentar la correspondiente denuncia en Consumo o Turismo, para que al menos tengan un motivo para “visitar a estos señores”.
De cara a 2021 se debería hacer un esfuerzo complementario para combatir la falta de profesionalidad, tanto los mentados timos rudos como de los más sutiles, tales cobrar servicios que a priori debían estar incluidos (sábanas y toalla en los albergues gallegos), o el de bajar hasta niveles ínfimos la calidad de los productos de alimentación o el tamaño de las raciones. Al respecto hemos comprobado con tristeza que la decadencia se ha ido apoderando de restaurantes gallegos en los que antes se comía bien, honesta y abundante comida casera para vecinos o transportistas, y que contagiados de la “fiebre amarilla” del Camino se han convertido, al menos en temporada alta, en maestros de la comida rápida, cuyas raciones avergonzarían a cualquier restaurante apartado de la ruta. Por ahora preferimos no dar nombres…, pero lo barato a la postre se está volviendo caro, como sentencia otro refrán.
¿Un freno a la carrera espacial?
La hostelería del Camino ha optado por diferentes modelos. Por una parte el cutre, destinado al cliente del bajo coste, que a corto plazo acabará por desprestigiar la marca. Según anticipamos, si en algún ámbito podemos comprobar los desoladores resultados de esta elección es en el “menú del peregrino”, que a lo largo de la ruta se ha convertido en una reiteración de lugares comunes (de primero ensalada, macarrones y sopa, de segundo pollo, lomo con patatas y huevos con chorizo…), de productos muchas veces congelados, baja calidad, escaso valor nutritivo y mínima elaboración, por no hablar de los bocadillos pelados, con dos lonchas a 4 € y lárgate de aquí pitando, y además dando las gracias.
En el extremo contrario, ya que los excesos nunca son buenos, encontramos otra serie de ocurrencias y exageraciones, tales como dotar a un albergue de servicios más propios de un hotel, y así hemos visto algunos con suites, tv de pantalla gigante, jacuzzi, sauna, piscina, espacios chill out y oferta de terapias diversas más allá de los simples masajes. Desde luego cada uno es libre de orientar su negocio como le plazca, y quien pretenda atraer a lo que se entiende como “peregrino de gama alta”, puede poner en su anzuelo éstas y otras golosas carnazas, pero ¿responden a una demanda real de los peregrinos?, y, sobre todo, ¿qué modelo de Camino estamos construyendo a base de copiar modelos turísticos que nada tienen que ver con nuestro itinerario?
En unos y otros casos, los que pecan de exceso o defecto, pocas veces se ha contado con un estudio del mercado, en este caso de los peregrinos, inquiriéndonos sobre cuáles son nuestras principales aspiraciones, y dónde y de qué modo obtenemos mayor grado de satisfacción. Y decimos esto porque el Camino, y el hecho de peregrinar, no son homologables con otro tipo de experiencias turísticas al uso, dado que aquí se valoran aspectos como la limpieza y un mínimo de confort, es obvio, pero sobre todo la implicación de los hospitaleros, una acogida cómplice y fraternal, los espacios y momentos de convivencia, el ambiente de austeridad, la información dispensada, pequeños detalles, etc. De otro modo resultaría inexplicable que un acaudalado empresario de Texas, o una catedrática de Universidad de Suecia, se viniesen a hacer el Camino en España y optasen por dormir en albergues, cuando su estatus les permitiría utilizar alojamientos de alto nivel. Aquí radica uno de los elementos distintivos del Camino, donde lo material no siempre es lo que se busca en primer lugar, y para no reiterarnos basta con remitirnos a las valoraciones escritas en páginas como Gronze.
Si en algún itinerario se debería asumir que la marea, tras haber subido, bajará, dejando al desnudo las piedras negras y blancas sobre la arena, es en el Camino Francés, laboratorio que ha sido y es para implementar nuevas actuaciones, y al que cabría exigir que tome la iniciativa para atajar desmanes y desmesuras: o esto, o la crónica de una caída anunciada.
El galimatías galaico de las variantes
En ocasiones parece que a los gallegos nos gusta complicarnos la existencia en grado sumo. Una demostración de lo alambicado de nuestra idiosincrasia es la multiplicidad de caminos que nos hemos inventado a partir de 2016, cuando Patrimonio presentó la delimitación definitiva del Camino Francés incorporando hasta 21 tramos diversos a la ruta hasta entonces reconocida.
Pues bien, es cierto que las variantes pueden tener una base histórica, y encomiable el deseo de preservar antiguos caminos en desuso, en algún caso recuperados con éxito, pero al llevar a la práctica lo que en el papel se antoja plausible, lo que hemos generado, pese a los ímprobos esfuerzos aclaratorios por parte de la Axencia de Turismo, es una gran confusión. Y más allá de las revueltas populares contra ciertos trazados, ora de ciudadanos del rural que de ningún modo desean ver su modo de vida perturbado por el paso de miles de peregrinos, renunciando de paso a la tentación del dorado en forma de baretos a pie de vía (así en San Roque, tras Portomarín, donde ha desaparecido el mojón de la variante sur), ora de propietarios de negocios en la vía “de siempre” a los que les han abierto un canal que quita agua de su molino (caso de Castañeda, donde la propietaria del único bar en la nueva variante nos confesó con claridad que “ella nunca había pedido que el Camino pasara por su aldea, pero ahora que lo han pasado, nadie me lo va a quitar”, en referencia a los ocho atentados padecidos por el mojón de marras), el gran problema es el trauma generado, entre la mayoría de peregrinos, al tener que elegir.
Ante la pereza de tirar la moneda al aire, la solución al continuo dilema suele ser la siguiente: seguir siempre el camino recomendado o principal, que suele ser el más corto, y supuestamente el más fácil, en detrimento del calificado como “Complementario”. Pero cuando éste es el único por la eliminación de marcos (salida de Portomarín) o pereza administrativa (salida de Arzúa), el desconcierto reina y no falta quien retroceda, como pato mareado, sin saber a qué brújula agarrarse.
Por favor, señores de la Xunta, procuren arreglar este desaguisado, nueva multiplicación de los panes y los peces para alimentar a la famélica multitud, antes de que el asunto llegue al Tribunal de La Haya.
Asfalto a go-go en el Bierzo
Lamentamos constatar que la situación del Camino Francés en Castilla y León es bastante penosa. Centrándonos en las dos etapas que discurren entre Ponferrada y A Faba, la señalización resulta deficiente, por momentos parca y hasta contradictoria, y los tramos de tierra muy escasos no tanto por imposibilidad de buscar alternativas, sino por pura dejadez. A estas alturas, que el Camino Francés, Patrimonio Mundial de la Unesco, ni siquiera pueda ser homologado con las grandes rutas de senderismo existentes en el continente europeo, pongamos por caso las del Danubio en Alemania, el Canal du Midí en Francia o la Vía Francígena en Italia, nos parece vergonzoso.
Ponemos ejemplos. Cuando se asfaltó, por parte del ayuntamiento de Ponferrada, la salida de Compostilla a Columbrianos, no se procuró crear ni siquiera una senda paralela de un metro para los peregrinos, y otro tanto cabe decir del tramo entre Columbrianos y Camponaraya, de la llegada a Cacabelos o de la recientemente hormigonada, en 1 km que antes era de tierra, bajada a Villafranca del Bierzo, algo insólito y que ha pasado desapercibido. Cierto es que los tramos de tierra entre las viñas posteriores a Camponaraya, y la subida a O Cebreiro, son muy hermosos, pero no suponen más que 8 km de 50, o sea, el 16% del total de las dos o tres jornadas bercianas.
Hay ocasiones en que no se quieren potenciar las alternativas, pues si la de Pradela, entre Villafranca y Trabadelo, se antoja descabellada y un tanto absurda (subir mucho para volver a bajar al valle), la de Valtuille de Arriba sí evitaría, tras Pieros y hasta Villafranca, el tener que avanzar 1 km por el arcén de una carretera rápida con bastante tráfico, curvas, cambios de rasante, pésima señalización y evidente riesgo, foto fija de cómo era el Camino Francés, sin andaderos ni el menor respeto hacia el peregrino, hace veinticinco años.
Por si no hay ideas en que gastar el dinero, una buena sería la de redefinir la traza, y eliminar el hormigón, en la triste senda del Valcarce paralela a la antigua N-VI. Como apunta Vicente (Las Coronas, Pereje), nada más fácil que triturar el duro firme actual y sustituirlo por otro de tierra con un diseño más sinuoso y amable, al modo de una senda fluvial no en todo momento pegada a la carretera, y de paso, añadimos nosotros, retirar esa dura barrera, compuesta por piezas de hormigón prefabricado –y también los quitamiedos de metal oxidados que nos protegen del río (¿?)–, y ahora que el tráfico prácticamente ha desaparecido de la vieja nacional, colocar una baranda de madera.
Las magnas empresas se van consiguiendo a partir de pequeñas aportaciones, nunca a través de espectaculares y efímeros fuegos de artificio.
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