Camino Francés (artículo IV de IV): Todos los mundos posibles...
Camino Francés en agosto como “La Taberna del Buda”, aquella popular canción de Café Quijano: están todos, desde el notario, que nos ha tocado representar, hasta “el decano, el abogado, el policía rodeado de ladrones, la princesa, el matrimonio bien avenido, el separado que se liga a la viuda, el presidiario, etc”. Tan sólo echamos en falta a “la portuguesa, que en nada queda si se quita los tacones”, aunque algún tacón también había, y sobre todo multitud de calzado inapropiado, desde playeras a sandalias, no precisamente de senderismo, como mejor caldo de cultivo para que una legión de ampollas, relucientes como los siete soles de don Gaiferos, conquisten los tiernos pies urbanos, ello a pesar del ímprobo esfuerzo de la administración por pulverizar toda piedra del camino que nos pudiese indicar, por ventura, cualquier decisión sobre nuestro destino (lo trascendente ya no forma parte de este Caminito de la Reina Lupa). Por sus zapatos, que no por sus obras, los conoceréis…
Asediados por ciertos prejuicios, pensábamos que en pleno verano todo sería un ir y venir de excursionistas movidos por agencias, mochilas circulando de alojamiento en alojamiento y tiro porque me toca, sonoros madrugones e interminables colas matutinas, en los albergues públicos, de la patulea juvenil; poco “espíritu peregrino”, en suma, y mucho barullo, el propio de un destino de moda baratero. Para nuestro asombro y consuelo no ha sido así, al menos en régimen de monopolio, y hemos podido constatar que en la ruta aún conviven todos los mundos posibles. Peregrinos de largo, medio y corto recorrido, los procedentes del Primitivo y el Norte con cara de espanto, turigrinos de diverso pelaje, viajeros despistados con maletones, aficionados al botellón, grupos escolares, religiosos o procedentes del desembarco fugaz de autobuses (incluidos cruceristas), pueden cohabitar sin estridencias día a día o, mejor dicho, por la mañana, ya que a partir de las 12 h el escenario quedaba prácticamente vacío.
Novatos sin tiempo a iniciarse
La descarga multitudinaria es un hecho, y avanza en tromba por la escalera que asciende al casco antiguo de Sarria. Son los peregrinos llegados en tren o autobús para completar, únicamente, las cinco etapas finales, sin apartarse un ápice del guión, a la carrera sin que despunte el alba, como aún propugna alguna guía redactada por inconscientes, o con todo planificado y reservado de antemano, sin espacio para la improvisación o, vade retro, la aventura. El miedo a las sorpresas es mayor, curiosamente, entre los españoles, que acaso conciban el país galaico como un remoto e ignoto territorio de lengua misteriosa. Más o menos el 50% de los agosteños traslada su equipaje en vehículos que prestan el servicio, y no sólo mochilas, sino cada vez más maletas, para en cuanto se arriba al destino mudar la indumentaria y hacer turismo convencional, por aquí de terraceo y pulpada. Otros se encomiendan, como antaño a Santa Rita, a empresas como Tuserco Travel, que nos vende un “novedoso modo de hacer el Camino” desde el Pirineo -por supuesto con credencial, ya se encargan ellos de sellarlas-, en tan sólo ¡“6 días”!, y asesorados por un “experto amante del Camino”. Nos los hemos cruzado. ¿Alguien da más?
No podemos criticar a quienes movidos por la publicidad engañosa, que distorsiona la realidad del Camino, caen en la trampa. Es así como hemos escuchado, hasta la saciedad, “es que no tengo vacaciones nada más que en agosto”, “me faltan días”, “no voy a dedicar todas mis vacaciones al Camino”, “si vas con niños no puedes dejar nada al azar”, “es que hay mucha gente y no te puedes fiar” o “así hago un poco de ejercicio en la naturaleza, y luego acabo en las playas de las Rías Baixas”. Muy bien, lo podemos comprender, diversificar es aconsejable en el mundo de las finanzas, y no sería razonable erigirse en jueces de un Camino que a nadie pertenece. Pero muchos de los que así hablan también se dan cuenta enseguida, sobre todo cuando traban conversación con otros peregrinos que vienen de lejos, o van sabiendo algo más de la ruta, que esto que hacen “no es el Camino”, que algún día tendrán que regresar con otro espíritu y de otra forma, acaso en solitario y con la mochila a la espalda, con un mínimo de dos semanas, sin tanta obsesión por la seguridad o la planificación…, en suma: libres.
Con más tiempo, información y reflexión también se podrían evitar los tormentos que padecen los recién salidos del Decathlon con su equipo al completo, la pérdida inmediata de los que llegados a Ponferrada, acaso pensando en refrescarse, se cuelan por el Camino de Invierno, o la pesada losa de la duda existencial cada vez que el Camino se bifurca o trifurca, que es un invento y suena a trifulca neuronal.
Un extraño ritual
Nos topamos con dos enfermeras neozelandesas, permanente y amplia sonrisa Profident, ustedes sí que lo están “gosando”, que diría el inmoral Reggeton. Pero lo más curioso, acaso un ritual típico, o propio del incomprensible sentido del humor de los antípodas, es que a partir de lo que ambas van transmitiendo a sus maridos, familias y amigos, allá por Auckland o donde cuadre se organiza una fiestorra jacobea en su honor, y los reunidos se disfrazan como los peregrinos que les han descrito, o con los que se han fotografiado, situación que amén de surrealista se nos antoja inverosímil. Cosas veredes, amigo Sancho.
¿Y tú qué problema tienes?
Ya hace años que se ha acuñado la expresión Caminoterapia, y que Maribel Roncal, la veterana hospitalera navarra, bautizó nuestro itinerario como “el gran confesionario lineal”. Pese a ello, y a que el gurú argentino de Al Final del Camino, aquella patochada de película protagonizada por Malena Alterio y Fernando Tejero, ya anticipaba las grandes posibilidades del psicoanálisis sobre la ruta jacobea, nos sigue extrañando que al poco de entablar conversación con alguien en un bar, sin ni siquiera haber pasado cinco minutos, ya te esté contando que se ha separado, y que han venido a hacer el Camino porque le han asegurado que…, y al verte también solo no pueda resistirse, buscando empatía y solidaridad, en espetarte como si nada: -Mira, ya sé que es mucho preguntar, pero ¿y tú qué problema tienes?.
Entre los “clásicos” se encuentran los que han perdido su trabajo, que normalmente disfrutan de la experiencia, profesores sobrecargados por el estrés de las aulas, o quienes han vivido un reciente proceso de separación, y te relatan con pelos y señales lo injusta que ha sido con ellos la vida, y lo fantástico que resulta un Camino en el que se entabla conversación y hacen amistades con tanta facilidad.
En esta línea, pero en los límites del paroxismo, se encontraba aquella peregrina que también a los cinco minutos, no falla, nos suelta a última hora del día, en la terraza de un bar y tras haber ingerido algunos chupitos de más, que su marido la ha abandonado por otra, y que ante la vía férrea posterior a Sarria, al poco de comenzar su terapia de cinco lunas, se pasó una hora dudando de si tirarse o no al paso del tren. Parece un caso grave, nos preocupamos, intentamos ofrecerle apoyo, consejo, ayuda dentro de nuestras posibilidades…, pero no le volvemos a ver el pelo hasta Arzúa y allí, ¡oh, prodigio!, la reencontramos perfectamente curada, bien acompañada, alegre y dicharachera entre risotadas, “todo genial”… ¿Alegoría de la frivolidad u otro milagro del apóstol?
Tere y Marián: ¡WANTED!
La democratización del turismo ha provocado que todos tengamos, como conquista fundamental e irrenunciable, ya no solo el derecho, sino la obligación, de viajar, porque de otro modo qué sería de las redes sociales, atiborradas de selfies con el paisaje o monumento testimonial como hacía el gnomo de Amélie, pues un aburrimiento. En este “todos” van incluidos los cretinos del rotulador y el espray, epígono degenerado de la iconoclasia y el dadaísmo, imitadores fracasados de Banski, patanes de la infracultura urbana que, afectados por algún complejo inconfesable, intentan mitigar su frustración pintarrajeando lo que encuentran a su paso. Las fórmulas son variopintas: simples iniciales, bigotes en la cara de un santo románico de la puerta de Platerías, “Igor ama a Natacha” en el mismo muro del Coliseo romano o, como muestra de la más supina estupidez, mera evolución de la meada del can para marcar territorio, colocando nombrecitos de forma seriada.
Pues bien, esto es lo que ha hecho la parejita artística formada por Tere y Marián, o Marián y Tere, que para el caso no hay escalafón, estropeando hasta dos docenas de mojones en las últimas etapas del Camino Francés de Galicia. Proponemos que el Xacobeo coloque el preceptivo ¡Wanted!, nada más apropiado para el Far West en que se está convirtiendo esta ruta poblada de daños colaterales, y ofrezca una recompensa para que vivas y coleando sean entregadas por algún mercenario al justicia mayor, que además de obligarles a limpiar con nanas todos y cada uno de los marcos, las amarre bien amarradas durante un mes, a pan y agua, al poste de la Cruz de Ferro, donde los romeros podrán lanzarles las sobras de los copiosos menús del peregrino. Mejor escarmiento no se nos ocurre.
Una boda en el Camino
La gran noticia positiva de este caluroso agosto jacobeo y galaico ha sido la boda que los sevillanos Cristina y Manuel, tras diez años de convivencia y ocho esperando para decidirse, celebrarán el 1 de septiembre en el albergue Casa Domingo (Pontecampaña). A Sonia, de la Casa Verde, le ha tocado ejercer de madrina, y también están invitados José Manuel, de Mundoalbergue, y el bueno de Tomás de Manjarín, siempre y cuando Jato pueda acercarlo, así como algunos peregrinos que han conocido a lo largo de la ruta.
Y es que aunque Cristina, seis veces, y Manuel, dos, ya habían hecho éste y otros caminos jacobeos, nunca lo habían iniciado en Saint-Jean-Pied-de-Port. Cristina asegura “que esto no tiene nada que ver con todo lo anterior, ni siquiera con un recorrido de 12 o 15 días, pues de este modo haces amistades profundas, y las despedidas son emocionantes”.
Ellos siguen en marcha, desde el 1 de agosto, y la ceremonia será sólo un impás, con la preceptiva queimada de Gonzalo, para concluir el 5 de septiembre en Compostela.
Pese a lo glamuroso que puede resultar contraer matrimonio en Sevilla, que se lo digan a la infanta, Cristina le había confesado a Manuel, durante su última estancia en Casa Domingo, que allí sería el único lugar en el que aceptaría casarse. Fue dicho y para Manuel hecho, pero con prolegómenos. Porque es sabido que la pareja que supera con éxito la dura prueba de un Camino de más de un mes permanecerá toda la vida unida. Moraleja: proponemos que entre todos difundamos este lema, en vez de la melosa sandez del candado que tanto daño está causando a las barandas de puentes históricos de medio mundo, para que repunte la peregrinación tradicional de largo recorrido. Otra cosa no se nos ocurre para contrarrestar la fórmula magistral vigente del un, dos, tres… y ¡se acabó! ¡Y por cierto, felicidades a los novios!
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