Las historias de Almeida
Entre las personas que se dedican en cuerpo y alma al Camino de Santiago, una de ellas es el zamorano José Almeida Rodríguez. Del mismo modo que Saulo cuando se dirigía a Damasco, Almeida descubrió su vocación jacobea en 2003, tras haber realizado su primera peregrinación entre Roncesvalles y Santiago. Y como el Camino engancha no fue la última, pues le sucedieron siete más por diferentes itinerarios.
En una segunda fase, su vínculo con la ruta jacobea no se ha limitado al sano ejercicio de peregrinar, sino que se ha reforzado, bajo el ya clásico lema de devolver al Camino parte de lo que nos ha dado, con el ejercicio de la hospitalidad. Tanto es así que tras asistir a diferentes cursos de hospitaleros ha desarrollado su compromiso como voluntario en una larga lista de albergues, en algunos casos más de una vez: Santo Domingo de la Calzada, Puente Duero, Castrojeriz, Ponferrada, Pobeña, Zamora, Zarautz, Bodenaya, Corcubión, Ávila, Salamanca,… Por lo que he leído creo poder afirmar que la de Tosantos, colaborando con José Luis Antón, alma mater de dicha casa, ha sido una de las experiencias que más le ha aportado. Y al final del ciclo se ha podido cumplir el sueño de todo avezado y generoso hospitalero, que no es otro que contar con un albergue propio.
En efecto, desde febrero de 2014, Almeida es el encargado de un albergue tranquilo y sin masificación, el de Tábara, situado en el Camino Sanabrés, prolongación hacia las tierras ourensanas a partir de la Vía de la Plata. En él ejerce un estilo de hospitalidad tradicional, contándose entre los pocos que siguen manteniendo ese compromiso con el Camino fiel a la filosofía del donativo y a través de una implicación diaria con los peregrinos acogidos, que pasan a ser, al menos durante unas horas, parte de una gran familia que todo lo comparte.
Con lo relatado hasta aquí ya sería mucho lo que nuestro amigo ha hecho por el Camino, pero a las facetas de peregrino y de hospitalero habría que sumar otra sumamente prolífica y de gran relevancia: la de escritor. Considero que no exageraríamos al indicar que Almeida, en el presente, es una de las personas que más libros ha elaborado con el leitmotiv del Camino, pues nada menos que treinta y cuatro trabajos extensos, sin contar artículos, colaboraciones o la redacción mensual de una revista dedicada al Camino Sanabrés, han salido de su teclado. Entre sus obras hay un poco de todo: en la primera época predominan las relaciones de sus Caminos y diarios de sus experiencias como hospitalero, pero luego también nos ofrece poemas, reflexiones y citas, novelas (Lucía, El secreto mejor guardado, La memoria perdida), cuentos e historias.
Autodidacta y editor por cuenta propia en la mayoría de los casos, en su afán por dejar testimonio tanto de su trayectoria como de los relatos que va escuchando y sonsacando a los peregrinos, queremos centrarnos hoy en ese género de los cuentos o historias. Con un planteamiento similar al del relato corto, a través de sus compilaciones siempre circula por la sutil frontera entre lo verdadero y lo imaginado, aunque en la mayoría de los casos, como se suele comentar, más aún en el ámbito del peregrinaje compostelano, la realidad supera a la ficción.
Si a través de Sentimientos Peregrinos (2010), y sobre todo de Santuario (2012), dedicado en gran medida a Tosantos, habíamos conocido su capacidad, siempre con el uso de un lenguaje sencillo y franco, para transmitir historias que conmueven y emocionan, llegando a ponernos la piel en carne de gallina, en su último libro, titulado Historias que hacen Camino (2016), no podemos menos que agradecer a Almeida que alguien dedique tanto tiempo y esfuerzo a un cometido de tanta relevancia. Lo calificamos así porque pocos son los autores que han recogido el pálpito del Camino, que no es otro que lo que subyace en esas historias particulares, la mayor parte de las veces ocultas y difíciles de captar, que explican las motivaciones y el tesón de tantos peregrinos.
Sabemos mucho de la historia del Camino, de los elementos que configuran el patrimonio presente en los diferentes itinerarios. Las lecturas esotéricas y los manuales de autoayuda también han proliferado alrededor del Camino. Y en los últimos tiempos hemos asistido a un boom de la producción literaria, sobre todo de novelas históricas y/o de intriga. Asimismo, ya hace años que estamos padeciendo un auténtico diluvio de diarios de peregrinos, muchos de ellos obras de neófitos, con una monótona y cansina reiteración de lugares comunes. Mas también es verdad que se ha descuidado, permítanme usar esta licencia, el flanco del “alma del Camino”, todo ese denso arsenal constituido por los sentimientos y las vivencias más íntimas de los peregrinos, relacionadas con aspectos centrales de la vida como la familia, la amistad, el amor, las crisis personales, la enfermedad, la superación, la transformación, la espiritualidad, la religión, la muerte,...
En el libro citado, que he tenido el honor de prologar, se suceden las historias que cautivan. Son fruto de un paciente y lento proceso de extracción, pues tan sólo en un ambiente de confianza, camaradería y fraternidad, como puede ser el que se respira en un albergue tradicional del Camino, los peregrinos abren su corazón al hospitalero, o a los compañeros, para revelar sus “secretos”, esa parte de la vida que suele permanecer oculta o ser llevada con discreción. En el fondo del pozo, lejos del mundanal ruido de las noticias que cada día nos ofrece el Camino, cifras, impactos económicos, turismo, picaresca, tragedias,… perduran los grandes valores y virtudes de la humanidad: la solidaridad, la fraternidad, la compasión, el amor, la fe, la esperanza… Pero que nadie busque héroes en los cotidianos protagonistas, son personas normales, como nosotros, que simplemente han sido retados o burlados por el destino, algo que le puede ocurrir a cualquiera, y que avanzan por la ruta milenaria reflexionando, esperando un signo, acaso un milagro, o dando las gracias por la vida. De cada relato, como en la literatura clásica, surge una moraleja, y del conjunto la certidumbre de que el Camino sigue siendo, para quienes acuden a él con los sentidos abiertos, una vía de transformación personal.
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